Un dia, un hombre, un árbol




Alma Pellerito  (07-06-2004)

Este día matarás a un hombre. Y si pensáramos en la muerte como una liberación, será precisamente él quien vendrá a salvarte. No habrá culpables, pero en caso de existir alguno, éste sería el viento, pues él te trajo depositando en ti algo más que la semilla. Acaso tenga algo de culpa el anciano jardinero –todo él paciencia y mesura en tu persona- porque te cuidó cuando fuiste débil, porque construyó en torno a ti, una barrera de palos secos para que los muchachos de la calle no te dañaran.

       El hombre que matarás no será uno escogido al azar. Será aquel que te esperaba; el que germinaba contigo y con las cosas que germian siempre, que luchan por sobrevivir, que crecen y se desarrollan mientras el cielo incuba las tormentas. Ambos, tú y él vivieron días que fueron un todo exacto, preciso: niño y árbol creciendo juntos, atrapados, prisioneros de sí mismos para ser liberados algún día en el instante mismo y decisivo. Los sucesos diarios, vulgares y extraordinaros se acumulan y caen, mientras la tierra espera paciente y receptiva.

       El nació de otra semilla muy distinta a la tuya. Tal vez un día, cuando niño, él se apoyara en ti, a tu sombra. Tal vez sintieras la juventud húmeda de su piel a través de su camisa. Era un árbol también. En cada uno de sus inviernos fue engendrando una primavera que traía consigo nuevos brotes, nuevo vigor. Resistía el frío, la injusticia, el hambre, y también él, cuando salía de estas situaciones era grande, igual que tú después de una sequía.

       En el crepúsculo los árboles suelen respirar por todos sus pájaros. Hoy es tu crepúsculo. Tienes ya 40 años; él 35. Es un taxita que debe dar cause a sus responsabilidades. Vive, goza, llora. Parece dispuesto a quedarse entre nosotros. Tú padeces termes y tus raíces levantan las baldosas de la acera.

       Hoy, esta tarde, después de la tormenta recibiste a los primeros pájaros que se instalaron allá arriba donde aún guardabas savia. El, 20 minutos antes de las 6, llevó a los últimos pasajeros. Guadalajara escurría agua, los taxis eran agujas en pajar. Enfilando por Avenida Morelos se cruzó un alto y después lo llamaron carero, abusivo, se aprovecha del mal tiempo... 5 minutos y 3 segundos perdidos en un embotellamiento... Pero todo esto estaba previsto. La algarabía de los pájaros ensordece, busca los huecos, es un mar que bulle. Y no

son sólo pájaros, hay grillos escondidos bajo tu corteza; anidan también, cantan, se reproducen. Los semáforos cronometrados, rojo, amarillo, verde, amarillo, son leyes cuantitativas, causales, exactas. Avenida Vallarta, Avenida Hidalgo, la bóveda verde y un claro para mirar el cielo. Meses y días suman años; el tiempo toma forma: es materia, es un hombre y un árbol creciendo juntos, nutriéndose de viento, sol y agua. La promesa guardada entre ambos, mientras tu raíces se aferran al pavimento para sostener en vilo el canto de las aves.

       Las 6 con 37 minutos: la bocacalle, el velocímetro del auto, el círculo abierto. Los segundos caen; la sombra verdecida se abre, se agranda; se abre, se proyecta; se abre.

       El golpe seco.

       El encuentro fue preciso, puntual, certero. El silencio. Las 6 con 37 minutos y 46 segundos. Las manecillas del reloj en tu muñeca se han detenido, fracturadas también con los cristales. El silencio. El cráneo aplastado, los sesos embarrados en el asiento delantero. El silencio. La sangre. Las vísceras. El silencio. Los pájaros atónitos.

       Las 6 con 38 minutos y 58 segundos...


                                                

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