Burla a mi vida de subordinado |
Después de varios años de leer el mismo rótulo en la oficina de mi jefe, "La opinión es importante: tus sugerencias cuentan," entendí que el letrero saludándome todos los días no era más que un miserable traidor y siempre se había burlado de mí condición de subordinado.
Mi repentina hostilidad comenzó con el desorden continuo en la bodega donde se almacenaban enormes cajas de mercancía. Las pesadas lavadoras, secadoras, cocinas, lavaplatos, refrigeradoras y demás aparatos domésticos amontonaban cualquier espacio decente y disponible en cualquier esquina. Especialmente, a la hora de entregar los pedidos, era una pesadilla nunca poder encontrar casi nada. Y las veces que accidentalmente se encontraba algo, para ese entonces, mucho tiempo había trascurrido y el cliente se marchaba enojado y jurando no regresar. Así que nuestra tienda era famosa no tanto por la rapidez de las entregas ni la eficiencia del servicio; más bien por los constantes descuentos a precios regalados que amortiguaban el humor de nuestros clientes y ponían de un humor endemoniado al jefe.
Nunca supe de dónde salió la idea que todos los días teníamos que rifarnos un número para designarle a alguien la tediosa tarea de aventurarse en medio de esa jungla electrónica. Los chistes y las bromas para suavizar el momento no eran ni divertidos ni consolantes. Cuando el numero ganador aparecía mojado de sudor temblando en la mano de la victima del día, las risas se convertían en discretos suspiros de alivio y nos escurríamos felices de no ser quienes pasaríamos el día metidos hurgando bajo la poca luz de la bodega y en medio del peligroso laberinto que insistía en jugar con la mala suerte apostándose un derrumbe de cosas sobre nuestras cabezas.
Siempre había sugerido a mis compañeros la idea de diseñar un mejor inventario. Pero mis sugerencias pasaban por oídos sordos y eran recibidas con la indiferencia hostil de quienes no están dispuestos a mover un dedo "de gratis," viven quejándose del desorden cómodo y no lo solucionan porque el sistema "trabaja" de todas formas.
Deseoso de hacer el trabajo mas efectivo, y más que todo, harto de las rifas, el tiempo desperdiciado y el desorden endémico; un día tomé la iniciativa de diseñar un nuevo sistema catalogando la mercancía. Mis amigos compartieron mi entusiasmo, pero a la hora de mover y organizar las cajas, nadie se presentó. No digo que fuera fácil arremangarme la camisa y mover aparatos por mi cuenta; pero cuando por fin lo hice, me sorprendió que no tomara más que unos cuantos días y hasta ocurriera el milagro de encontrarle un lugar a cada cosa. No tuvieron que pasar varios meses para ver los resultados que un poco de orden traerían a nuestro trabajo. En solo unos días, la rapidez de nuestros pedidos fue evidente, y lejos de perder tanto dinero con tantos descuentos, las ventas por primera vez en mucho tiempo-- aumentaron.
Mi jefe se quitó las gafas, se reclinó en su fina silla de cuero y me estudió sin sonreír cuando le mostré el nuevo inventario, el incremento en ventas y la eficiencia de mi sistema. El entusiasmo, un apretón de manos y una simple precognición por un trabajo bien hecho no llegó; en vez, noté que los labios de mi jefe poco a poco iban perdiendo esa estática sonrisa comercial y se le estiraban en dos líneas apretadas.
"Lo que pasa," dijo mi jefe en tono paternal, "es que las ventas han aumentado debido a que este pequeño pueblo se está convirtiendo en un área mas urbana, mas comercial, y con una población que demanda la fina calidad de nuestros aparatos electrónicos." Y examinando el reloj de su mano como que si la conversación me hubiera restado salario, añadió, "Lo felicito Adrián. Y si tiene una nueva sugerencia la tomaré en cuenta..."
Justo en ese momento imaginé a la verdad apareciendo desnuda y arrasando en el despacho del jefe pateando al maldito rótulo que se reía de mí. Pero la verdad no resultó colérica como yo la imaginé: simplemente se quedó mirándome en suspenso-- y cerré la puerta.