Guerra avisada...

Arturo solía escapar del mundo tangible para viajar con la imaginación a lugares de inmensa paz como un jardín, un océano o una melodía. Uno de sus favoritos era el bosque de abedules. No tan frondosos como para tapar el sol de la tarde pero sí lo suficientemente altos como para aislarlo de todo rastro de civilización, estos árboles le propiciaban el remedio perfecto contra el stress. No era extraño, pues, que en aquella tarde se encontrara Arturo caminando entre abedules, fisgoneando las hojas caídas en busca de cetas para llevarse a casa. Lo extraño fue que, estando en esas, sintiese un ruido de motores proveniente de lo lejos.




Armando Acosta  (03-29-2010)

Arturo solía escapar del mundo tangible para viajar con la imaginación a lugares de inmensa paz como un jardín, un océano o una melodía. Uno de sus favoritos era el bosque de abedules. No tan frondosos como para tapar el sol de la tarde pero sí lo suficientemente altos como para aislarlo de todo rastro de civilización, estos árboles le propiciaban el remedio perfecto contra el stress. No era extraño, pues, que en aquella tarde se encontrara Arturo caminando entre abedules, fisgoneando las hojas caídas en busca de cetas para llevarse a casa. Lo extraño fue que, estando en esas, sintiese un ruido de motores proveniente de lo lejos.

Alzó la cabeza para localizar el origen de aquel ruido y notó que "algo" se acercaba vertiginosamente por los cielos; en pocos segundos comprendió que se trataba de un avión al cual vio pasar a vuelo razante sobre su cabeza. El ruido se extinguió tan súbitamente como había surgido pero la paz no duró mucho: le siguió el estruendo horripilante de una explosión no muy lejos de allí.

¡Una bomba!

Arturo echó a correr en dirección contraria mientras el aire se infectaba con ruidos de ametralladoras y nuevas explosiones cada vez más cercanas. El avión volvió a surcar el aire por encima de su cabeza como si pretendiera darle caza. La huída le condujo a una cuesta que no vaciló en bajar a toda carrera hasta parar en lo que parecía un pueblo abandonado. Los ruidos de ráfagas y estruendos de bombas continuaban sintiéndose en la lejanía. Fue entonces que decidió telefonear a su jefe.

— ¡Nivaldo!¡Nivaldo!¡es Arturo!¡aquí están cayendo bombas! ¿Me puedes explicar qué está pasando?

— ¿Ya están atacando?

— ¿Cómo que si "ya" están atacando?

— Sí, es que ayer le declaramos la guerra a Noruega, se me había olvidado comentarte; pero, la verdad, no esperaba que atacaran tan pronto.

— ¡Nivaldo! ¿así que estamos en guerra y a mi nadie me había dicho nada? ¡Yo estoy de guardia, no?

— Cálmate, mira, atiende... ¿Tú estás en el pueblo abandonado?

— Bueno, eso parece ser.

— Vale. Llégate a la Iglesia y busca una computadora que está a la derecha del púlpito.

— Sí, ya estoy en la Iglesia. Para acá venia caminando mientras hablaba contigo.

— ¿Viste la computadora?

— A ver... si, estoy frente a ella.

— Busca un icono que dice "Vistagun" y ábrelo.

— Espera, que está abriendo... se demora un poco... OK, ya lo tengo: hay una pila de ametralladoritas pintadas aquí...

— Busca una que dice: "Campana".

— A ver... sí, la veo.

— Muy bien. Esa ametralladora está emplazada en el campanario de la Iglesia. Ve a la configuración y ponla en modo automático; eso es todo.

— ¿Y cuándo fue que armaron todo esto?

— Bueno, esa ametralladora en particular la instalaron los muchachos ayer por la tarde. Si vez que pasa un avión y la ametralladora no le dispara, seguramente tiene un cable coaxial suelto, así que tendrás que subir al campanario para conectarlo.

— Bueno, espero no tener que hacerlo, porque padezco de vértigo.

— No te preocupes, ya yo estoy saliendo para allá. Estos noruegos son del carajo ¿quien iba a imaginar que atacaran al siguiente día de declarles la guerra?

— Bueno, aquí te espero.

— Ya estoy saliendo.

— Oye... hazme un favor: la próxima vez que le declaremos la guerra a alguien, por favor avísame... recuerda que "guerra avisada no mata soldado". Bueno, aquí estoy... y espero que esa ametralladora no tenga ningún cable suelto.


                                                

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