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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Cuentos de Error y Mis Tedios

Historia verdadera

Cuentos de Error y Mis Tedios.




Roberto Wong  (10-25-2002)

Se conocieron cuando ella estaba por regresar, empacaba muebles, ropa…siete años en un par de ciudades de ese país adonde hacía unos meses había llegado él. Un encuentro fugaz en el recibimiento del recien llegado -una amiga la llevó- permitió el intercambio de códigos telefónicos; “Marcela, tú estás loca”, fue el comentario de Claudia.

En las charlas sin rostro se leyeron poemas, ajustaron opiniones... un poco de filosofía de la vida... Comenzaba una historia... cursi... El ya dudaba del impacto de la primera vez a pesar de la coincidencia de la imagen retenida (¿idealizada?) y la suave voz, auricular por medio, matizada por el acento regional. Ella coqueteaba con las intenciones de quien demoraba con su plática nocturna el ir a la cama junto al esposo.

La cotidianidad fue distanciando la reciente relación sólo sostenida por el hilo telefónico y quizás también el saberla parte de una pareja... Después de un breve olvido o inexplicable amnesia de dos, la misma via, el teléfono, propició el reencuentro: ”Te necesito para terminar de empacar, me mudo con mi tía antes de irme...¿qué haces mañana?”.”Trabajo”.“¿Pudiera ser pasado mañana?”. Al fin se vieron con la duda semiasida a un lugar indeterminado entre el paréntesis de los brazos, el pecho y la nuez de Adán... y volvió a suceder, qué bien no haberse equivocado; “¡Qué linda estás!”, un vibrar infrecuente pero conocido preludió la comunicación total.

La discreción, oportuna, delicada, obvió al “otro” (que pretencioso “el otro” era él). Se defendió reinventándola sola por diferentes historias que terminaban en siete dígitos marcados de memoria entre cajas y valijas semicerradas. Por acuerdo no firmado las salidas fueron después de la medianoche y a esas horas comieron, continuaron leyendo poemas, caminaron, rieron, acariciáronse la espalda... un beso... en la mejilla... en fin, se siguió el curso de la cursi historia... hubo una sola restricción impuesta por ella y acatada por él sin preguntas ni exigencias pues todo cuento de hadas tienen su acertijo: “Jamás te besaré en la boca...”

Hubo ocación para bailar, escuchar música, tiempo de abrazos como en el Elesiastés o todo a la vez... ¿No está execivamente cursi esta historia?. Tomaron cerveza y batido de chocolate y de trigo en el apartamento de la tía de vacaciones por Bogotá; un amanecer en camas separadas pues si venía... un angel flotando en su sonrisa se quedó acá adentro... Todo era tan importante para empezar a amarse...(¿escribí AMARSE? ¡qué cursi! ¡qué cheo! ¡qué taqui!). Nunca fue valiente para decir “quédate”, ni creía tener ese derecho, últimamente estaba viendo muchas telenovelas mexicanas... Ella por su parte pensaba en lo efímero de los regalos de Dios y siempre había una caja más por acomodar, un área más de aquellas piernas por explorar antes del regreso definitivo; penelópeo juego de amantes indecisos con el beso, ese paseo de los labios, como protagonista ausente.

Era el último día, qué torpeza de la vida la existencia de quien ella no abandonaría y ese timbre otra vez en esta historia pero ahora para silenciar la ya susurrante intimidad... decidieron, no obstante, pasarla bien; el tiempo, como siempre, convertiría en buenos recuerdos todo esto ...”no se repetirá aunque nos volvamos a ver”, “lo sé”. Amar con concesiones es una reverenda mentira. Fueron al mar... tan sincero siempre... oscuro ya su lomo de reflejos plata acompañaba con su líquida respiración a la fortuita pareja, los vió tomarse de las manos, palparse, acariciarse con los labios los hombros... mejillas.

Se miraron percibiendo en cada cual la alegría de estar viviendo; rozando sus narices hubo un instintivo estirar de labios... cambios de temperatura y textura devinieron en la ruptura de un trato semisumergidos en el acuoso testigo del happy end.

Un haz de luz partió al horizonte cegando a quienes observaban la machiembrada silueta y haciendo clara por un instante la noche, los miles de ojos del océano esperaron en vano el regreso.

…Marcela, cuando me llamaste en tu paso por Miami, yo estaba precisamente en Bogotá y yo no tengo manera de localizarte; todavía tienes la vieja versión de “historia verdadera” tan lírica, o, como he preferido llamarle, tan cursi... pero gracias por hacerme saber que el amor no tiene concesiones, por acariarme las piernas como nadie y por haberte ido sin dejar rastro...


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