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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Cuentos de Error y Mis Tedios

Equis vocación

Cuentos de Error y Mis Tedios.




Roberto Wong  (10-25-2002)

Comenzaba a tener problemas con los reflejos y no lo notó por falta de reacción ante el martillito del doctor insistiendo más abajo de la rótula sino escogiendo desayuno en la fila de la cafetería autoservice de la universidad pues le cedió el paso a alguien que venía en dirección contraria y notó la repetición del gesto en aquél: "graciosa coincidecia"; pensó, y abrió más los brazos para reiterar la cortesía agregando una inclinación a la japonesa tropezando entonces con un espejo y su imagen confundida reprimiendo la risa y compartiendo el ridículo.

Luego fue bajando del camerino al escenario, sabía que estaba a su mano izquierda cuando terminaba la escalera y sin embargo lo vió a la derecha, "¿Cambio de posición política?"; las letras invertidas del cartel del fondo le advirtieron la errónea dirección de su mirada: una lisa textura de cristal azogado y recordó "Modelo para armar".

Paseaba por Via Marina y advirtió al amigo de no caer en el profundo foso que rodeaba al postmoderno edificio -evidente rejuego de lo contemporáneo y lo medieval presentes en esta ciudad- cuando una escultura amenizante del lugar y su reflejo en el agua fue la preocupante comprobación de la tercera equivocación de este tipo en el mes: el "abismo" era una superficie líquida de perfecta horizontalidad demarcando la arquitectura; su no declarado vértigo le impidió asomarse a ver las nubes allá en el fondo "peces blancos, informes...¿amebas estáticambiantes quequidistantes van en mansa procesión?; azul".

Se miró al espejo aquella mañana pero no exprimió espinillas ni escrutó papilas gustativas; alternó su atención entre la ineludible tridimensionalidad de la imagen de un rostro preocupado y el objeto plano que tenía delante, plano a pesar de las especulaciones de cuentistas alucinados; comprobadamente plano al tacto: detrás de la vítrea plancha, "frontera" o "límite" entre "dos mundos" sólo estaba esa mancha marrón delimitando la última capa de pintura aplicada a la pared según supo al desatornillarlo de allí "evidentemente no desmontaron el espejo cuando pintaron el año pasado..."

Se miró de abajo a arriba -el espejo ahora en el suelo- y recordó los agujeros de "Who framed Roger Rabbit", esos que vienen en cajas para adosar a la pared y escaparse por allí... mas este era imposible de penetrar a pesar de su impertinente sentido del espacio...y si alguien alguna vez lo logró y pasó "al otro lado", de seguro que tuvo que aplastarse contra el cristal y moverse por ese medio tan duro o convertirse en juego de luces en escasos milímetros de espesor; su imagen saliente sustituyéndolo del lado de acá se trasladaría pegada a la pared imposibilitada de mostrar su inexistente parte de atrás y se horrorizaría de la profundidad, de la desconocida tercera dimensión, obligándolo a repetir muecas de asombro o terror al ahora en función de reflejo, para lograr la ilusión adecuada. Todas estas reflexiones condujeron a la retirada de todos los espejos de la casa, la abstención de pasar por vidrieras o asomarse a fuentes u otras áreas líquidas en la noche y todas las medidas necesárias para evitar tener alguna experiencia con su imagen y semejanza; al contrario de muchos en vez de tratar de encontrarse quiso perderse, incluyó en su propósito de olvidar su estampa el deshacerse de las fotos recientes, donde estaba junto a su padre las conservó pues el niño junto a este era irreconocible.

La reflectofobia fue sólo el aspecto formal de su formal desbúsqueda del yo, emprendió el controvertido camino del egocidio y coincidió con las más puras posturas filosóficas de abandono del mundo terrenal que contemplan el alejamiento de lo físico; si ya no escrutaba espinillas ni exprimía papilas gustativas mucho menos se afeitaba, bañaba o hacía algo en relación con su cuerpo tridimencional -valga la redundancia-; despreció también los placeres convencionales relacionados con este, desestimó sus potencialidades personales y llegó a serle indiferente la más elemental dignidad desechando todo por lo que los demás usualmente luchamos; su nulidad lo acercó tanto a Cristo y al Nirvana que podía visitarlos bastante frecuentemente e invitarlos a un café en un lugar cercano con las monedas proporcionadas por algún piadoso.

[…]

Años. En el escaso trayecto diario había una vidriera nueva y sin quererlo pasó por delante, esta vez se detuvo y pudo ver adentro a un hombre vestido de blanco haciendo gestos con sus antebrazos -los codos siempre levantados hacia los lados, algo así como semicrucificado- en función de la cabeza de otro sentado de espaldas a él centro de aquél sitio proveído de revistas y periódicos para otros sedentes en sillas más bajas en fila, espaldar contra la pared… extraño velorio de aquél señor acomodado en ese sillón central giratorio. Los dolientes no dejaban de emitir criterios de gran importancia a juzgar por su vehemencia aún cuando estuvieran pendientes de algún texto, acróstico o crucigrama. En general no había mucha coherencia en aquella multicharla o más bien polimonólogo simultáneo; a veces todo se centraba en "sacarle lascas" a uno para divertir al resto, allí se convenció de que no había muerto ni velorio y los hilos hechos madeja, gruesos o finos, negros o pardos, grises hasta la plata o dorados no eran decoración del piso sinó vulgar pelo cortado a todos quienes se sentaban en el centro del salón, por turno, previo conciliábulo con el diseñador del espectáculo, que apoyaba tablitas en los brazos del mencionado mueble principal para poder escenificar el show con infantiles, inconformes cabezas, pues los niños no acaban de convencerce de la necesidad de algunos ritos hasta cumplida la mayoría de edad cuando ya están reducidos a la talla de adultos.

Olor agradable; la puerta... agradable también el cilindro-farol colores de la bandera invitando al paso hacia adentro "¿Desea algo señor? ¿Qué le pasa señor? ¿qué le pasa?" ...un hombre de aspecto realmente detestable a pesar de los esfuerzos por no juzgar lo miraba desde todas partes, estaba en varios lugares a la vez y podía ser observado de frente, perfil y de espaldas, era una pesadilla aquél cadeiloscopio que multiplicaba la familiar imagen, lo peor era eso, lo familiar del ángulo nasal y ojos semisaltones..."papá...", mal le había ido con los muertos: tan arreglado al colocarlo en su caja de regalo al más allá y ahora tan ajado... esa piel grasienta sin color definido y ese pelo sobresucio... "¡ayúdame Jesús!" salió de una boca más propiciamente abierta para dar un alarido menos místico...

Con más desesperación que fé había logrado exorcizar su embotada mente: se supo en la nueva barbería del barrio, los vecinos lo miraban y trataban de justificarlo con el sobrecogido peluquero asido defensivamente a su instrumento de trabajo "es el loco que le tiene miedo a los espejos, no es peligroso". El gesto normal del aludido invalidó los comentarios, con fluido lenguaje contestó la primera pregunta del párrafo anterior: "Si, por favor: corte y lavado de cabello, afeitado y limpieza de cutis ¿tiene servicio de manicure?". Para pagar el esmerado servicio de quién se regodeó en la troglodítica cabellera como prueba de fuego en su recieninaugurado negocio se dejó tomar fotos de "antes" y de "después"; dejó una generosa propina barriendo el lugar y quedó contratado para repetir la profilaxis del local todas las tardes... barrió siempre mirando a los espejos y se reía solo a cada rato, es verdad que a veces tropezaba con ellos pero nunca rompió alguno.

A los dos años y doscientos treinta y tres dias pudo abandonar este trabajo al ser publicado y vendido con éxito su "Tratado sobre los espejos" registrando en esa categoría todo lo capaz de reflejar algo: agua nocturna, metales pulidos -especial paréntesis para las cucharas-, vidrios con planos oscuros detrás, cerámica de esmaltes oscuros y brillosos y terminaba con una recopilación de conversaciones de barbería "fiel reflejo del folklore de su barrio", auténticamente local y por lo tanto trascendente, demostrado con la traducción de este apéndice al servio-croata, vasco, amárico y sánscrito.

Pasó el último tercio de su vida impartiendo conferencias y charlas sobre el reflejo de la personalidad, el corte de cabello y su incidencia en los cambios sociales y la revolucionaria y polémica teoría sobre la imposibilidad de vida en los espejos válida para el título de Profesor Emérito de la universidad donde alguna vez había tropezado consigo en el espejo de la cafetería cuando decidió desayunar antes de instalar el lavabo y hacer otros trabajos menores de plomería en el camerino del Auditorium.


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