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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Cuentos de Error y Mis Tedios

Cuento final

Cuentos de Error y Mis Tedios.




Roberto Wong  (10-25-2002)

De alguna manera la mudanza tuvo que ver con su mudez, como tantos otros juegos idiomáticos en su vida pues habiéndose trasladado a geografías ajenas no aprendió el idioma extraño y fue olvidando el suyo. En un esfuerzo por recordar comenzó a escribír todo lo contenido en el tintero gris de sus neuronas; comenzó empleando las palabras más comunes y coloquiales incluyendo las ambigüamente llamadas "malas", cuando tan útiles son en momentos claves para evitar un infarto en la angustiosa búsqueda de un vocablo adecuado, cuando no para enfatizar órdenes, quejidos u otros estados de ánimo -¡qué sería de las guerras y de los partidos deportivos sin las "malas palabras"-. Continuó con cierto lenguaje más literario y llegó a ser rebuscado; a falta de diccionario de la lengua materna pasaba las horas intentando sacar más sustantivos, adjetivos, adverbios, verbos, preposiciones al cerebro y al cerebelo y a la médula para terminar armando inseguros grafemas de acepciones inteligibles...

Más adelante vinieron las sofisticaciones incluyendo mezclas, préstamos, barrabasadas y pretensiones de aportes al idioma hasta sentir estar agotando las últimas ideas en espaciadas combinaciones silábicas... no había más... se sentía un bolígrafo gastado dando vueltas y vueltas con la punta arañando el papel sin entintar un milímetro...

Quizás había escrito todo lo que bien repartido hubiera alcanzado para toda su vida y ahora se le quedaba la costumbre sin recursos para canalizarla... lo salvó entonces del tedio la manida idea de calcular el dia de su muerte dividiendo todas las palabras escritas entre el promedio de palabras que debió escribir por dia, ahora sólo escribiría números y además teniendo en cuenta su artesanal método de hacerlo todo emplearía un buen tiempo en contar todas las palabras de su "memoria enciclopédica" -título provisional de la voluminosa obra que comenzaba por un necesário ensayo sobre la palabra enciclopédica formada por la preposición "en", el sustantivo "ciclo" y el sugerente adjetivo femenino "pédica"-; luego vendría la extensa división y otras cuentas del largo collar, conductor al producto final que al final o en principio está junto al principio, como en rosario de vieja.

Palabra tras palabra la obra, cuantificada minuciosamente, dedicaba tomos a recuerdos infantiles, a búsquedas místicas, a frustraciones artísticas; el muy especialmente querido tomo siguiente al doce -cuyo número no mencionaba no por supertición sino por un chiste de ingenua grosería escrito en otro volumen- fue bautizado "Cuentos de Error y Mis tedios", título elaborado en parte por su hermano en una conversación donde compartían dudas existenciales.

No salió más del efíciency -genial denominación del espacio donde vivía que logró agregándole el acento a la palabra extranjera-; contando, sumando, lápiz va, lápiz viene, pasaba para el lado izquierdo todo lo chequeado -esto es ciertamente un anglicismo- y así, cuando la cantidad de files --ahora se ha tomado un préstamo- lo requirió comenzó a mover muebles, arrinconar muebles, eliminar muebles... quedó la cama como único "cuadrúblando" -cuadrúblando le pareció un buen gene... genera...cio…cio...nal... no esta no es la palabra… ¡genérico!, eso, un buen genérico del mueble donde dormía-, pedestal para alcanzar lo más alto de la pared y escribir a todo lo ancho, la cifra, la esperada suma; friso numérico que disfrutó escribir de memoria después de inventarse algunos recursos nemotécnicos.

Ahora dividía -divide y vencerás-; horas parado frente al impuesto pizarrón de concreto y cal; Interrumpía la aberrada tarea de conciente desuso de una simple calculadora para comer dos veces al dia arroz con queso, a veces permitíase desayunar con jugo de naranja y col picada, bien fina, mezclada con quesocrema y ajo; los domingos el helado de chocolate le hacía saber que estaba repitiéndose en cuentos escritos hacía algún tiempo pero continuó su calculado discurso perfecto con la insistencia de quien busca el negro absoluto y con toda fé lo encuentra en cualquier fantasía pues todos sabemos que aún en el cosmos, espacio infinito, de espaldas al sol, no encontraríamos la ausencia de luz necesária para lograr la susodicha ausencia de color..

Cuando dió a la luz la fatal fecha no quedaba espacio vacio en la vertical superficie excepto detrás del almanaque de trescientos sesenta y seis páginas de las cuales quedaban ciento sesenta por ser quince de julio -recuérdese que era año bisiesto-... Se detuvo porque la tal fecha ya estaba impresa en la página al descubierto desde la mañana cuando, sin atribuirle mayor importancia que otras, desprendió la hoja anterior con su chiste soso al dorso, impresa en la misma "bold" o negrita quizás más oscura por descuido del operario de la máquina off-set. Sostuvo la lámina de papel como una soga anudada a su cuello y sin conciencia del ridículo e intrascendente gesto congelado que protagonizaba atravezó nueve minutos de angustia, unas lágrimas incontables y una brisa de origen indefinido desde donde varió el punto de vista de todas las cosas que dejaba existiendo.


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