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Ideas


Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Camino del Malecón

Este cuento recoge mis primeras añoranzas como inmmigrante. Lo escribí en 1995, dos años despues de mi llegada a los Estados Unidos.




Armando Acosta  (10-27-2002)

       Hoy no tengo ganas de estudiar inglés ni de tomar coffee ni de fumar Marlboros, ni de ver la televisión americana, ni de escuchar los éxitos de los seventies, eighties and todays. Más bien quisiera intoxicarme de colesterol con un buen lechón asado en púa, para ser bien folklórico... Pero sobre todo, quisiera caminar por toda la calle San Lázaro como quien va para el Parque Maceo, y sentir el contagioso calor de las tardes habaneras...

       El sol castiga más o menos por igual en todas las tardes del mundo. Pero cuando yo caminaba por la calle San Lázaro como quien va para el Parque Maceo y miraba hacia los balcones de los edificios, muchos de ellos apuntalados y decorados con tendederas de ropa (como las que pinta el Gordo en sus cuadros), y con toda la buya de las guaguas, los televisores y los radios que muchos vecinos ponen a tal volumen que se sienten en la calle, y la griteria en las colas y los muchachos con sus carriolas de palo a exceso de velocidad por toda la acera, y el bodegero.... cuando todo eso no era nostalgia ni folklor sino el duro pan de cada dia, yo sentia un c-a-l-o-r, no tan meteorológico como, digamos, ultrasensorial: una especie de presencia o de formar-parte-de...o de pez-en-el-agua, o canario-en-el-bosque, o de muchacho en su barrio.

       Creo que la calle San Lazaro sentia un poco de afecto por mí, tal vez porque me vio crecer y hacerme hombre, o quizas porque sabia diferenciar mis pasos de entre tantos pasos. La verdad es que yo no me crié en La Habana sino en la calle San Lázaro...

       Pues sí, después de la bodega, como dos cuadras más allá, estaba el "Mil Cinco", aquel mini-max que en una época (antes de...) habría sido un lugar bien chic pero que ahora era un desatre... Y desde esa esquina, exactamente Marina y San Lazaro , ya se podia ver el Parque Maceo, el Torrión de San Lázaro y un cachito del malecón. La brisa era bien intensa allí, proveniente del mar naturalmente.

       En epoca de invierno, aquella brisa era temible; golpeaba el rostro y cortaba como un cuchillo afilado. En tiempos de paz, en cambio, refrescaba del sol y hacia bailar los papeles en un remolino que se formaba en la placita detrás del "Mil Cinco". De cualquier manera, era ella y no otra cosa lo que siempre me obligaba a mirar hacia allá cada vez que pasaba por aquella esquina.

       Qué ha sido de aquella brisa, caramba... Qué ganas tengo de sentirla ahora, escuchar su murmullo misterioso, aquel "¡No te vayas nunca!" que solo ahora comprendo...

       Esta vez no voy a soportar la tentación de la brisa marinera. No voy seguir San Lázaro arriba, hacia la casa de mi amigo Huget, ni tampoco voy a doblar por Belascoain hasta casa de Juaqui para hablar mal del gobierno mientras tomamos ron-adulterado, al son de la guitarra y nuestras canciones-protesta mezcladas con las más (y las menos) populares canciones de Silvio Rodriguez. Esta vez voy a doblar por Marina, de donde la brisa viene, voy en busca de su origen, que es el mar. ¡Creo que esta vez voy al mar!

       Brisa y olas serán mi calle rumbo al horizonte. Los peces serán como las carriolas que juegan muchas millas más atrás, las tendederas del Gordo volarán en mi cabeza y serán gaviotas. El sol me castigará en la espalda con mucho más furia que en todas las tardes del mundo. El mar será cada vez menos azul y la brisa cada vez menos mia...

                                   ***

       Ya han pasado algunos años. El stress de la llegada va cediendo espacio a otras anciedades. A veces se puede descansar, y hasta reflexionar... En Estados Unidos no hay mucho tiempo para la reflexión , pero quién dice que nó se puede: sí se puede, solo hay que sentir el alma más ambrienta que el estómago. Hay quien compra un pincel o una guitarra antes de comprarse el primer carro... bueno, aun quedan algunos tontos con el hambre equivocada.

       Pues sí, hoy es uno de esos dias de descanso y reflexion, pero sobre todo, de r-e-g-r-e-s-i-ó-n.

       Hoy, believe me, quisiera estar noveinta millas más allá. Quisiera sentir el ruido de las guaguas y todos los ruidos que me acompañaron durante toda mi vida. Tal vez los ruidos de La Habana son adictivos...o más bien inolvidables.

       Quisiera ver el mar desde el Malecón de La Habana... ¡Y volver a creerme que a noventa millas está el Paraiso!


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