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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Nando




Jesi  (11-17-2002)

Fernando tenía doce años de edad y de cariño los del barrio lo apodaban "Nando."

Vivía con su abuelita, en una casita de un barrio pobre echa de adobe, cartón y con un techo de láminas remendado con bolsas plásticas para que no se metiera el agua y ajustado con piedras para que no se volara el techo.

Nando, a pesar de pobre y humilde, había nacido bendecido por la estrella de las virtudes y la buena suerte.

Y no era la suerte de todavía poder asistir a la escuela; ni ser inteligente y aplicado, pero, la virtud artistica de ver más alla de los rostros de las personas y dibujarlos finamente que le ganaba varios pesos los fines de semana.

El talento había sido descubierto una tarde dorada, cuando la luz de los últimos rayos del sol se reflejaban en la superficie de la pila de agua. Los ojos de la abuela habían atrapado el reflejo misterioso mientras lavaba los platos, destellando con la luz de la nostalgia, la tristeza y la vejez del caudal de su alma.

Fué talvez buscando capturar el efecto del momento, que el joven corrió en busca de un pedazo de carbon de la cocina de leña y trazando en una de sus preciadas hojas de su único cuaderno; dibujó como poseido por una fuerza inaudita que cobraba vida entre sus manos.

***

Un dia, despues de la escuela, Nando caminaba el atajo más largo a su casa y pasando por el cementerio, vió a un naranjo con sus ramas extendidas hacia el suelo en forma de alas-- doblado de fruta. Dos enterradores cavaban en silencio una fosa en la tierra a un lado.

Atraido por la fruta, caminó donde los hombres apaleaban vigorosamente. Esquivando una pila de huesos semi-podridos, se tropezó con una calavera sonriendole al pie del arbol. Examinando el objeto entre sus manos, de inmediato, quizo llevarsela para dibujarla.

Los enterradores, por su parte, no tuvieron objeción con que el muchacho se la llevara. "…De todas formas la hubieramos tirado en otro lado. No sabemos a quien pertence…"--dijo sonriendo uno de los hombres limpiandose el sudor y la tierra con la manga de la camisa.

Nando, sin pensarlo mas, corrió a su casa derecho al lavadero para limpiarla.

Cuando llegó, la abuela no estaba.

Nandó pasó dibujando toda la tarde en distintos ángulos, tamaños y formas la calavera que no dejaba de sonreirle. Después de varias horas, el cansansió de los ojos le había provocado sueño y dejando la calaca en la mesa del comedor, se fué a tomar una siesta.

Serían las nueve de la noche que la abuela había regresado tarde a la casa después de vender verduras en el mercado. Quitándose el abrigo, la señora se dirijió a la cosina. Las luces estaban apagadas, pero la familiaridad de la habitación le condujeron exactamente a la mesa.

Al poner la bolsa de verduras, algo rodó por el suelo y le cayó en los pies. Agachandose con un enorme esfuerzo y con la mano en la espalda agarró el objeto extraño..

***

En la oscuridad del cuarto, un grito desgarrador y escalofirante de ultratumba despertó a Nando de la siesta de un salto en la cama.

Medio dormido y corriendo a ver que era, se llevó de encuentro con un cabezaso olímpico a la abuelita dejandola boca arriba tirada en el suelo.

"¡Que es esto?!—Gritaba la abuela sobándose la cabeza y señalando la calavera que se reía debajo de la mesa.

Sin esperar una respuesta, agarró al nieto de las orejas y metiendo la calavera en una bolsa plastica con la punta de los dedos después de persinarse varias veces, se marcharon al cementerio a devolverla.

Debido a la oscuridad de la noche, el dolor de orejas y la prisa que la abuela llevaba para evitar cualquier maleficio que la calaca les pudiera enviar, Nando no se acordaba en cúal naranjo la había descubierto.

"Si la dejo en cualquier lado, no creo que la calavera se ofenda y nos mande una racha de mala suerte." –Decia la abuela aflijida y nerviosa al borde de lágrimas.

En el silencio de la noche oyeron que algo caminaba y se arratraba detráz de unas tumbas. Despues de un minuto sudando helado y con sólo el ruido de los grillos, se escuchó un gemido convulsivo y algo que se desplomaba de un golpe en el suelo exactamente detrás de ellos.

Sin pensarlo dos veces, la abuela agarró a Nando de la camisa, tiró horrizada la bolsa en dirección al ruido y levantandose las naguas (la falda), no dejó de correr hasta llegar a la casa; para luego quedarse en vela rezando toda la noche.

Unos días despues, corría un chisme en el barrio de un evento de lo más extraño.

Mario, el panadero, había tomado unos tragos de más y como no podía manejar, había dejado su carro estacionado frente al cementerio. De la borrachera que traía, mientras se tambaleaba y se caia vomitando detráz de una tumba con flores podridas, una bolsa de plástico le había caido en la cabeza de un sólo porrazo.

Intrigado para ver que era, se encontró con una calavera sonriendole que lo dejó helado. Muerto de miedo y pensando que ese era un aviso del infierno o del más allá, Mario el panadero, había jurado dejar el trago y renacer como hombre nuevo.


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