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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Cincuenta años de hibernación

Arturo viaja en estado de hibernación profunda prolongada, cubriendo la descomunal distancia que separa a la Tierra de una colonia lejana establecida siglos atrás.




Armando Acosta  (07-13-2003)

Durante la hibernación profunda prolongada, el metabolismo se reduce a niveles extremadamente bajos y los procesos cerebrales transcurren con extraordinaria lentitud. En la etapa de hibernación en sí, no se sueña, sino se recupera y organiza información procedente del subconciente; mientras más prolongada la hibernación, mejor organizados resultarán estos datos al final del proceso. El sueño como tal ocurre durante la vuelta en sí, y para ello se utiliza toda la información que fue recolectada durante la hibernación profunda. El resultado es un sueño mucho más coherente y lógico que los sueños ordinarios.

Todo esto resulta especialmente curioso cuando la hibernación ocurre en un vehículo que viaja a velocidades relativistas. La dilatación del tiempo introducida por la velocidad afecta la organización de los recuerdos durante la etapa de hibernación. Si la vuelta en sí tiene lugar después que la nave ha reducido su velocidad a niveles normales, entonces el sueño se produce en base a datos "comprimidos", dando lugar a lo que se llama una "premonición relativista".

Rodeado de aparatos automáticos y a temperaturas casi tan bajas como las del espacio exterior, Arturo disfrutaba de su viaje totalmente ageno a su entorno físico. Su conciencia se paseaba por salones majestuosos con pisos de mármol y columnas altísimas con capitles decorados. Más allá de las columnas, un jardín vastísimo abarrotado de árboles y flores, en el que se dentró y comenzó a caminar despreocupado.

Las frutas colgaban genererosas de los árboles; las flores combinaban sus olores en armonía perfecta como en una ópera. A medida que caminaba, la vegetación se intrincaba más, hasta que el jardín se tornó en bosque virgen. Arturo estaba fascinado.

Así llegó a un claro de lo que ya se perfilaba como una auténtica selva tropical y en el centro halló una fuente de piedra y dentro de ella, una joven hermosa sin más atuendo que el agua fresca tejiendo en su cuerpo cristalinos encajes líquidos.

Arturo se acercó para contemplar de cerca aquel regalo. La joven abrió los ojos y saludó:

       - Bienvenido a mi jardin... su Excelencia.

       - ¿Cómo te llamas?

       - Patricia.

       - ¿Siempre te bañas en esa fuente... desnuda?

La joven no respondió, Arturo tuvo la impresión de que las caricias del agua causaban a la joven más placer que su presencia. Guardó silencio, no tenía prisa.

       - ¿A qué has venido?

En realidad no lo sabía; estaba allí porque hasta allí le habían conducido sus pasos. No obstante se esforzó por encontrar una respuesta, pero Patricia se adelantó:

       - Deberías visitar al prisionero.

       - ¿Cual prisionero?¿Tienen a un prisionero?

La joven volvió la cabeza hacia un lado y dejó de sonreir. Permaneció inmóvil por algún tiempo mientras Arturo aguardaba la respuesta, pero esta nunca llegó; la joven salió de la fuente haciendo movimientos muy suaves, gráciles, danzarrios; el agua siguió corriendo por su cuerpo, curvas abajo, muslos abajo, pies abajo; permaneció otro rato concentrada en quién sabe qué pensamientos, después se dirigió hacia el bosque y se adentró en la maleza.

Arturo, por su parte, no sintió el menor impulso por correr tras ella; dejó que sus ojos la siguieran mientras su adorable figura se perdía entre las hojas de los arbustos. Quedó contemplando el verde de las hojas y los complejos dibujos que se formaban en sus bordes.

Muy lejos de su percepción, los bordes de las hojas se desdibujaban y confundían los unos con los otros, como si quisieran consolidarse en un verde único y asi también se desdibujaban todas las cosas ante su mirada cada vez menos curiosa. Las formas desaparecieron por completo y solo quedó el color, que era verde, pero este comenzó a palidecer y luego a dejar de ser color, o luz o algo. Arturo quedó sumergido en la nada.

Tal vez los hombres nacen asi, sabiendo que "son", pero sin la más mínima experiencia de "ser". El mundo ha de percibirse entonces como una nada, porque no hay patrón mental en su recien nacida subjetividad que pueda explicar, o reflejar, todo aquello que "es", pero que aún no tiene eco en su conciencia vacía.

Nacer ha de ser entonces como estar muerto; lo único que puede salvarnos de ese letargo es la curiocidad. Arturo sentió esa curiocidad; alcanzó a distinguir una pequeña distrorción en la homogeneidad. Lo concebió primero como un plano, luego ganó contraste y se comezó a envolverse en sí mismo y se volvió una esfera, luego la esfera se arrugó y tomó forma de bolsa.

       - Señor.

Inmediatamente sintió una especie de "angustia"... porque si a estas horas ya existían el bien y el mal, aquella sensación tenía que estar en el lado del mal... ¿Un dolor físico?

       - Señor - Repitió aquella voz ahora un poco más presente.

Entonces apareció el sentido, la lógica y con ellos, la razón de ser y una auténtica explicación salida de su propio cerebro. En la esfera-bosa reconoció a su propio estómago y descubrió también el fino tubo que penetrando en su boca había servido para alimentarle durante los largos años de hibernación profunda. Tenía los ojos cerrados pero podía escuchar los sonidos del mundo real y conciliarlos con recuerdos "reales".

       - Señor - Volvió a decir aquella voz sintetizada - Tenemos problemas.


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