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He creado este espacio para compartirlo con familiares y amigos, aunque no descarto la posibilidad de que otros visitantes se encuntren a gusto y lo puedan disfrutar tambien...

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Ideas


Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Jeniffer




Armando Acosta  (07-29-2003)

Una camioneta negra se aparcó en ángulo completamente atravezada sobre la acera; era obvio que su conductor nunca había prestado demaciada atensión al arte de aparcar. Del auto se bajó una trigueña de pelo corto, bien agraciada y de movimientos ágiles; abrió la puerta tracera y extrajo un par de bolsas de mercado; se dirigió a la puerta de la casa, hizo sonar el timbre, pero también introdujo una yave en la cerradura.

       - ¿Este loco habrá cambiado la combinación?

Probó con otra yave, luego otra, hasta que retornó a la primera pero al revés, entonces la cerradura cedió.

       - ¡Dios mio!

La casa parecía abandonada, junto a las paredes se acumulaban cajas, casi todas del mismo tamaño, un letrero en cada una para identificar su contenido; los muebles estaban arrinconados, obviamente para no estorbar el paso. La chica avanzó hasta la cocina, depositó las dos bolsas sobre la mesa, develó sendos estuches de cerveza y metió las botellas en el refrigerador una por una. Se dirigió entonces a la terraza y alli divisó a Juan sentado de frente al lago.

       - Me han dicho que esta casa está en venta - Dijo ella a modo de saludo.

       - ¡Jenifer! - Exclamó Juan al verla y se le avalanzó para darle un abrazo muy fuerte.

       - Traje cerveza... y de la buena.

Entraron a la casa y se acomodaron en la cocina; Jenifer abrió dos cervezas, le sirvió una a Juan en un vaso y reservó la suya para tomarla a pico de botella.

       - Jenifer, qué bueno que viniste, me has hecho mucha falta en estos dias.

       - No lo dudo, cuando los hombres pierden a su mujer, se acuerdan de sus hermanas.

Juan sonrió con melancolía, pero al mismo tiempo reconfortado por la presencia de su hermana.

       - ¿Cómo van tus cosas?

       - Bien - Respondió ella mirándole a los ojos, luego desvió la vista hacia la cerveza y bebió un sorvo.

       - Me va bien en el trabajo, dicen que este año van a dar un buen bono porque hicieron una venta fabulosa... dicen ellos.

       - Qué bien.

       - Y bueno... mi amiga me dió un mes para buscarme otro lugar donde vivir.

Juan arrugó el entresejo para recibir la noticia como se merecía.

       - Vaya - dijo en tono de revancha - Cuando las mujeres tienen problemas de vivienda se acuerdan enseguida de sus hermanos.

Jenifer se rió, Juan tras ella, se cogieron de las manos y las apretaron fuertemente para darse apoyo mutuo.

       - ¿Cómo va la venta de la casa?

       - La venta se cayó a última hora.

       - ¡No me digas!

       - Tengo otra oferta, pero no sé si aceptarla, es un tipo que quiere sacar provecho de mi situación.

       - ¿Y qué vas a hacer?

       - Pues no sé, esta tiene una segunda hipoteca que pagábamos entre Martha y yo, ahora que Martha se fue es un solo salario para mantener todo esto.

       - Yo puedo ayudarte a pagarla.

Juan miró a Jenifer con atención, claro, ahora entendía el motivo de su visita tan inesperada, por lo visto su hermanita seguía siendo la misma chica calculadora y manipuladora de siempre.

       - No es solo cuestión de dinero, esta casa está llena de recuerdos.

       - Pero Juan ¿Qué tienen de malo los recuerdos?

       - Los recuerdos son el pasado, Jenifer, uno tiene que moverse hacia el futuro, el pasado está lleno de fantasmas que no te dejan avanzar.

       - Eso depende de uno, Juancito, depende de cómo asumas tus recuerdos.

Juan se levantó aprentando los labios, se sentía tentado por la oferta de su hermana, pero tampoco quería dejarse manipular por la concentida de la familia.

       - Mira - Continuó la campaña de Jenifer - Yo estoy ganando buena plata ahora y no tengo a dónde ir. Tú estás solo, necesitas una presencia femenina en esta casa para hacer las labores, ocuparse de la decoración ¿Qué mejor oportunidad que esta para reconstruir nuestro reino?

       - ¡Jenifer, por favor, no digas idioteces!

       - Juan, no me digas esas cosas feas, tú sabes que tengo razón.

       - ¿Tú sabes lo que pasa, Jenifer? Que yo tambien quiero aprovechar esta oportunidad, pero no para reconstruir ningun castillo perdido en el pasado, sino para vivir solo; quiero tener esa vida de soltero que nunca tuve, porque siempre vivimos juntos, interfiriendo cada cual en la vida del otro, y ahora quiero vivir solo... creo que tengo derecho a hacerlo.

Jenifer guardó silencio, sabía que su primer ataque había sido inefectivo, por fin se animó a emprender la retirada de la forma más airosa posible.

       - Muy bien, pero si cambias de opinión ya sabes que puedes contar conmigo. ¡Ah! y esta noche me quedo a dormir aqui.

Juan la miró desafiante pero sin atreverse a enfrentarla; Jenifer le dio un beso travieso en los labios y se alejó corriendo - Ayudame a bajar el mercado del carro - Se le oyó decir en la distancia; Juan se quedó en la cocina tratando de organizar sus ideas.

---

Ya estaba cayendo la noche, las luces automáticas de la terraza se habían encendido y afuera soplaba una brisa bastante húmeda; a lo lejos se veian algunos relámpagos entre las nubes, tal vez se acercaba una tormenta.

Las pertenencias de Juan permanecían en sus cajas, pero los muebles habían regresado a sus sitios originales. La mesita de la sala y el aparador tenían adornos encima, los cuadros colgaban nuevamente de las paredes, las camas estaban tendidas y la mesa del comedor, que da a la terraza, lucía un esplendido mantel de hilo y dos candelabros en el centro. Jenifer estaba en la cocina dándole los últimos toques a la cena.

Juan organizaba sus finanzas desde la computadora de su cuarto cuando sonó el timbre no demasiado estruendoso del telefono. Su instinto fue tomar la llamada pero se acordó de que Jenifer estaba en casa.

       - ¡No estoy para nadie! - Advirtió a su hermana a viva voz mientras el telefono seguía timbrando.

Solo un timbrazo más y Juan pudo volver a sus asuntos, pero a los pocos segundos escuchó la voz de su hermana exclamar a todo pulmón: - ¡Adrián!

       - ¡Adrián! - Repitió Juan.

Activó el "speaker phone" de su teléfono para espiar la converzación: "Lo menos que me imaginé es que estuvieras allí" - decía Adrián - "Voy a quedarme aqui esta noche con Juan" - le respondía ella - "Oye, espera un momento que están tocando a la puerta".

       - Grandísimo enano - Intervino Juan

       - ¡Juan, qué bueno que no has vendido la casa todavia!

       - Si te demoras otro año en apareser, no das comigo, ni el número telefónico pensaba dejarte.

       - ¿Cómo va todo? Supe que te divorciaste.

       - Más bien me divorciaron. ¿Y tú, ya te cansaste de andar revoloteando de flor en flor?

       - Bueno, estoy tratando, pero no me desido por ninguna.

       - ¿Cómo va tu trabajo?

       - No... eh... bueno, me acaban de despedir de la compañia.

       - ¡Vaya, hoy es el dia de los desamparados! ¿Dónde estás ahora?

       - Estoy muy cerca... espera... ¡Hola, hermanita!

La llamada de cayó pero a lejos se escucharon risas y gritos de júbilo.

       - ¡Grandísimo enano! - Murmuró Juan y bajó las escaleras corriendo.

Allí en la puerta estaban Jenifer y Adrián abrazandose y radiando alegria en todas direcciones.

       - Bievenido a casa - Saludó Juan a su hermano menor, acto seguido le dio un abrazo muy cálido.

       - Estás invitado a cenar - Dijo Jenifer - Ya casi está.

No llovió, pero el cielo estaba gris y el viento que batía contra los árboles producía una música con sabor a leyenda; el cielo estaba oscuro sin una sola estrella, probablemente un gigantezco tapiz de nubes se escondian en las alturas; era la ocación perfecta para apagar el aire acondisionado y sentarse a converzar a la orilla de un lago. Eso justamente hicieron los tres hermanos.

       -Todavia tienes el bote - Comentó Adrián.

Juan dirigió la mirada hacia un bote de madera semi hundido en la orilla.

       -Nunca se ha querido hundir del todo - Respondió con una sonrisa nostálgica.

Jenifer se unió a la contemplación y los tres quedaron unidos en la evocación de recuerdos muy viejos. Se vieron niños, jugeteando a orillas del lago, y a su padre extrayendo maravillas de aquella canasta color de olivo; luego desnudos nadando en las aguas profundas y el padre remando como un loco hacia ellos, y el dia que Jenifer fingió estarse ahogando y en realidad casi se ahoga, y aquellos cuentos de hadas, dragones y caballeros armados que el padre les contaba junto a la hoguera mientra se cocinaba el producto de la pesca. Un dia, el Cabellero Negro secuestró a la princesa y la encerró en la torre más alta de su castillo, y fueron los tres hermnos a rescatarla, pero el Caballero Negro en persona derrotó a Adrián y luego secuestró tambien a Jenifer, y hasta el temible Juan cayó mal herido bajo una lluvia de flechas que le lanzaron los guardias del castillo; pero luego vino su padre, el rey, él solo pudo con todos los guardias y cogió preso al Cabellero Negro que siete dias más tardes condenó al destierro.

       - Tal vez todavía funcione... - Propuso Jenifer.

Los tres se miraron pícaros como si planearan la última travesura de sus vidas, se levantaron y se dieron a la tarea de sacarle toda el agua al bote, este comenzó a emerger hasta que quedó completamente a salvo flotando como nuevo. No tuvieron que decirse nada más, se montaron en la embarcación y comenzaron a remar en dirección al bosquesillo que está en la otra orilla del lago. El bote avanzaba en dirección de proa mientras la imaginación de los tres hermanos volaba marcha atrás en el tiempo; la oscuridad de la noche les ayudaba a desembarazarse del mundo tangible para volver a vivir aquel otro, donde la felicidad es completa y gratuita.


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