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Ideas


Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Justo a tiempo




Armando Acosta  (09-13-2003)

Cuando llegué a esta cuidad de sol y palmeras tan semejante a aquella otra que dejé tan atrás, (naves quemadas de por medio), advertí enseguida el hielo que se esconde debajo de sus verdes y de su música tropical; es un hielo subyacente que contamina el alma de sus habitantes y parece definir su esencia. No la mía; el trópico que me subyace no transige con el invierno, por muy desarrollado que este sea.

Busqué mi camino entre los témpanos, mis pasos me llevaron por corredores silenciosos de librerías y bibliotecas, cafés a la intemperie de una infusión que no consumo, galerías de arte contemporáneo y lanzamientos de libros hispanoamericanos. Fue lo mejor que pude conseguir, pero mi sed de vivencias no alcanzaba a contentarse con tan pálidas pepitas de luz, seguía buscando, acaso ya era el tiempo de encontrarte.

Fue en el lanzamiento de un libro donde te vi por vez primera, o mejor dicho, donde encontré a la primera persona interesante en medio de tanta monotonía. Recuerdo que te levantaste para formular preguntas que me sorprendieron, sobresaliste en medio de la mediocridad del evento, lo salvaste. Me imaginé que habrías de ser un ser maravilloso, te vi soplete en mano derritiendo los hielos de la urbe monolítica. Pero tú no me viste, y yo no me atreví a acercarme. Ahí quedó todo, jamás volveríamos a coincidir en tiempo y espacio, cómo puede uno despreciar una oportunidad así.

Tu recuerdo me persiguió por muchas semanas, descubrí que el universo no está hecho de pedazos sino que cada pieza contiene al universo entero; para encontrarte, bastaría encerrarme y hurgar en mis recuerdos; de hecho, estoy planeando arrancarme los ojos, si logro no ver, podré sumergirme en mis pensamientos sin que me estorben la luz y los objetos del mundo banal. Recordando, vislumbraría la historia fascinante que une a nuestras vidas de principio a fin. Un año después, por ejemplo, saldría yo a buscar mi carro para descubrir que lo han remolcado con una grúa por estar estacionado indebidamente, y en medio de la tragedia, volvería a verte, pero esta vez la vida celestina no nos dejaría escapar.

Mi historia del día del desencuentro, te sorprende; seguimos reecontrándonos, de regreso a los tiempos de la escuela primaria, descubrimos que allí estabas, en el mismo grado y el mismo año que yo, pero nunca te vi y nunca me viste; y también cuando ibas a la estación de telégrafo donde trabajaba tu padre, allí estaba yo porque mi abuelo también trabajaba en el aquel lugar. Fuimos ¿qué?¿fantasmas? Solo así podría explicarse tan obstinada ausencia. ¿Nunca has sentido que algo te pertenece, que tienes derecho a tenerlo, que todo cuando se opone a esa tenencia es antinatural, imperfecto y superable?

¿Qué día es hoy? El tiempo no es más que una ilusión, nuestro espacio tiene cuatro dimensiones, o tal vez más que eso. Tú sí lograste encontrar tu camino, y no solo en lo intelectual, tu marido es una excelente persona.

Te me escurres entre las arrugas del tiempo, el de nuestras ausencias, el de estar y no estar, el de ser y no ser. Te recuerdo en la torre de un castillo, donde un caballero negro te mantiene bajo hipnosis en cautiverio perpetuo; drogada por sus influjos, sueñas que eres libre y te paseas por las calles de una cuidad de hielo. Hay un joven tímido, medio calvo y silencioso, con dientes de cocodrilo y mirada de ágila. Sientes su presencia ultramarina, sientes que te siente, pero sabiendo que estás dormida, no le otorgas el don de tu contacto; para llegar a ti solo está el camino de la torre, sus empinados escalones de piedra en interminable ascenso, una puerta de roble crujiente, tus ojos dormidos, un beso desquebrajador de hechizos y una espiral de recuerdos atropellados que ya han perdido su orientación en el espacio-tiempo. ¡Quién no tuviera ojos, para volver a verte!


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