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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Silvio en Caracas

En visita relámpago a la capital venezolana, Silvio Rodriguez ofrece un concierto con motivo de las celebraciones del V aniversario de la revolucion bolivariana.

Marc Caellas, catalán recidente en esa capital, nos ofrece esta interesante crónica sobre el evento.




Marc Caellas  (12-10-2003)

Caracas, 6 de diciembre de 2003

Es viernes, empieza el fin de semana. Busco en la sección de cultura del periódico alguna actividad interesante para el sábado y ahí, inesperadamente, aparece él, Silvio Rodríguez, anunciando un viaje relámpago a Caracas para participar en un concierto de celebración del quinto aniversario de la "revolución bonita". Una revolución, hay que decirlo, basada más en la retórica que en los hechos; con algunas salvedades, como la misión Robinson, programa de alfabetización que ha sido elogiado por la UNESCO y que ataca uno de los males endémicos de los países latinoamericanos: la deficiente educación de la población, principal causa de la manipulación y el engaño al que es sometido por parte del poder.

El concierto se va a realizar en el estacionamiento del Poliedro, espacio para ferias situado en una zona de la ciudad algo peligrosa por su proximidad a esos cerros poblados de ranchitos que por la noche lucen como un gran pesebre navideño pero que con el alba recuperan su aspecto desvencijado y marginal.

Estoy en casa esperando a unos amigos y me entretengo con mi humorista favorito, Hugo Rafael Chávez Frías, quien nuevamente lleva más de dos horas encadenado en todos los canales con uno de sus interminables discursos.

Por suerte, la perorata ya toca a su fin y llega el momento cumbre del juramento bolivariano. El presidente exhorta a sus fieles a levantar el brazo y a repetir con él:

"Juro que no descansaré,

Ni daré reposo a mi brazo,

Hasta que hayamos concluido

La patria bonita,

La patria de los hijos,

La patria de todos,

La patria del futuro,

La patria bolivariana

Lo juro,"

Aplausos de la multitud y despedida del presidente, repartiendo vivas a discreción:

"Vamos con Dios!

Venceremos siempre!

Viva Venezuela!

Viva Bolívar!

Viva el pueblo bolivariano!

Viva la revolución!

Viva el amor!

Viva Cristo!

Viva la Navidad!

Un abrazo hermanos".

¡Viva, viva y más viva y vayámonos a ver a Silvio! Bajamos hasta la calle Francisco Miranda y detenemos a un taxi al cuál le pedimos por favor un precio solidario (en Caracas no existen los taxímetros y la tarifa se negocia antes de subir al taxi. El argumento del precio solidario suele funcionar).

-       Â¿cuánto para el poliedro pana?, le pregunto.

-       Â¿10.000 es mucho? Me contesta con cara dubitativa.

-       Demasiado compañero.

-       8 pues? (curiosamente, acabar las frases con pues no es patrimonio exclusivo de los maños, en Venezuela es muy habitual despedirse con un "adiós pues" o un "hasta luego pues")

-       Vamos pues.

Después de ciertas reticencias acepta subirnos a los siete en su destartalado Chevy y entre risas nos sentamos cuatro detrás y las dos flacas y Rodolfo delante, realizando el trayecto embriagados de espíritu revolucionario.

El taxi nos deja a 200 metros de la entrada. Los inevitables buhoneros ofrecen el merchandising adecuado: camisetas del Che, gorras rojas, cintas para el pelo con slogans como "uh, ah, Chávez no se va" o "V aniversario de la revolución". Pero la imaginación del pueblo les supera y, tras larga deliberación conmigo mismo, decido otorgar el premio al mejor "gadget" a la señora con el muñequito de madera de Chávez, con movimiento de brazos incluido y con un corazón rojo como soporte. A corta distancia del ganador queda un señor con bigote que lleva el modelo gorra bolivariana, que es una gorra del equipo de béisbol de Torrebruno, los Leones de Caracas, a la cuál se le ha pegado en su parte superior un ejemplar, tamaño reducido, de la constitución bolivariana, la misma que Chávez lleva en el bolsillo y que siempre enseña durante sus alocuciones.

El concierto es gratuito y, por tanto, no parece muy lógica la cola que se ha formado para entrar. Al acercarnos a la entrada comprobamos que la policía está registrando a los asistentes, en previsión de que a alguno le de por llevar la pistola. ¡Bien por la organización! Falsa ilusión; una vez dentro comprobamos lo divertido que es este país al descubrir, a apenas 200 metros de la entrada, otra puerta abierta, sin ningún policía y con un cartel en el que se lee "para invitados especiales", por la que salimos en busca de unas cervezas y por la que entramos unos minutos después acompañados de nuevos buhoneros vendiendo banderas venezolanas, bocadillos de jamón y queso o pasteles de guayaba.

El ambiente recuerda a las fiestas del PSUC o a las del partido comunista en Madrid. Hay gente de todo tipo: jovencitas con boinas caladas al estilo del Che, parejas de sifrinos enseñando músculos, intelectuales con barba y gafas e incluso el director del Museo Alejandro Otero y su familia, todos con ganas de escuchar al poeta revolucionario que hace años que no sale de Cuba.

Aguardamos sentados en el suelo mientras otros artistas ocupan el escenario. Es el turno de Cecilia Todd, una cantante venezolana que, entre otros temas, interpreta una preciosa canción de Navidad que me hace recordar cuán insoportables son los villancicos españoles (¿Para cuándo una renovación del cancionero navideño? ¿cómo disfrutaríamos de unos villancicos escritos por Sabina, Serrat o incluso el Chivi?). Finalmente, pasada la medianoche, llega el momento esperado. Acompañado de sus guitarra, sale al escenario un envejecido Silvio, gastando barba blanca de tres días y unas canas que no pueden esconder una incipiente calvicie.

Por suerte, lo importante, su voz, su manera de tocar la guitarra, su mala leche (en una pausa entre canciones le espeta a una espectadora, "ya te oí, ya te oí, ahora óyeme tú a mí) no han cambiado con los años y me alegro: es la primera vez que le escucho en directo. Con la tercera canción se me pone la piel de gallina. La comunión con el público es total. La mayoría corea los temas pero, eso sí, respetuosamente, en un tono bajo, no como esas histéricas adolescentes que gritan en los conciertos de Enrique Iglesias.

Con la quinta pienso en Estefi y en cómo me gustaría que estuviera aquí a mi lado, no en vano fue ella quién me enseñó a disfrutar de un autor al que pocas veces había prestado atención antes de conocerla. Y es que Silvio no es sólo política. Como dice un buen amigo, pocos cantautores son capaces de escribir canciones de amor como él, dando canciones "como un disparo, como un libro, una palabra, una guerrilla, como doy el amor". Detrás de esa máscara de tipo amargado se esconde una sensibilidad a flor de piel que le hace componer canciones como la que a continuación interpreta, inspirada por los sucesos del 11 de septiembre. Esto es una canción y no las tonterías que han escrito Sting o el cada día más patético Paul McCartney. Aplausos, lágrimas, emociones, poesía; por un momento me imagino viviendo en el país de los artistas, sin políticos ni policías ni árboles de navidad, donde la utópica felicidad es al fin posible. Dura poco la ilusión, el concierto se acaba y ya en un nuevo taxi Rodolfo y yo regresamos a Altamira silenciosos pero con la sensación de haber vivido unos momentos que perdurarán en las almas de los afortunados que asistimos a un magnífico recital.


Ver tambien: Articulo publicado en el Granma.


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