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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Cronicas de un cartucho




Sergio De los Reyes  (12-16-2003)

¿Como se puede efectuar la transposición o metamorfosis de unas simples y sabrosísimas galletitas de chocolate, a unos libros de ensayos y filosofía?


Aparentemente parece esto una cuestión de hechicería, embrujamiento o un apéndice más sobre los grandes estudios milenarios de querer convertir los metales comunes en oro espeso, donde estuvieron envueltos cientos de químicos, físicos y alquimistas. Pero no, fuera de tanta profundidad y enrevesados experimentos, podemos convertir la mezcla de harina y chocolate, en letras, papel y doctos pensamientos sin necesidad de la avaricia fatal del rey Midas.

    Hoy me encaminé hacia una de las librerías de Miami localizadas en la archiconocida calle ocho para husmear entre sus estantes una obra de tópicos filosóficos, puesto que la ultima en este listado ha llegado a su fin y mis intenciones de expandir mi biblioteca personal, exigen un volumen más. Al llegar me inserté entre Unamundo, Ortega y Gasset, Aristóteles, Schopenhauer y otros más. ¿Qué tomar entre tantas exquisiteces? ¿Con qué quedarme entre tanto alimento e higiene mental? No fue fácil, siempre paso mil trabajos cuando en materia de comprarme algo se trata. Tomo uno, lo suelto, cojo otros lo pongo acullá, retomo el primero y el segundo y al final me decido por el menos pensado. Hoy el elegido fue Descartes; un tomo ocre en el tope del estante, apenas visibles. Quizás lo querían olvida, segregar, omitir por ser aparentemente feo. Esa misma obra, “Discurso del método y meditaciones metafísicas”, se encontraba más a la vista, casi en primera plana del mueble; pero… más estéticamente bonito y perteneciente a otra editorial reconocida y por supuesto, mucho más caro. No lo pensé dos veces, la diferencia de precios era sustancial y la esencia, el contenido y la enjundia creativa, era la misma.

    Camino al mostrador recordé que también buscaba un libro de ensayos y con todo interés pregunté a la dueña del local por el paradero de Octavio Paz. Gracias a Dios, sin necesidad de ir a la tumba del Novel, lo encontré justo donde la señora me había indicado. De todo, poemas, artículos, ensayos…pero no, nada en realidad me convenció; preferí llegarme a casa de Borges y allí lo vi con su bastón y su ceguera. Me recomendó algo y casualmente, dentro del volumen estaba el ensayo que yo buscaba de él con anterioridad: “La biblioteca de Babel”.

---Señora, me llevo estos dos libros.

       Aquí comienza mi gran espanto, mi gran asombro. La señora me envuelve, con total naturalidad, los libros en un mediano cartucho y me extiende la mano para alcanzármelo.

Yo estaba atónito, azorado. Hacia aproximadamente quince años que yo no veía un cartucho en mi vida; la ultima vez que tuve “noticias de su secuestro” fue por el año ochenta y nueve, noventa; cuando la crisis del “Periodo Especial” comenzó en Cuba.

---Señora, ¡un cartucho!

   Diccionario de la real academia española.

    (Cita)

        Cartucho:

1.        m. Tubo metálico que contiene una carga de pólvora.

2.       Envoltorio cilíndrico de monedas de una misma clase.

3.       Cucurucho: un cartucho de chufas.

4.       Dispositivo intercambiable provisto de lo necesario para que funcionen ciertas máquinas e instrumentos: el cartucho de la estilográfica se ha quedado sin tinta.

quemar el último cartucho loc. Emplear los últimos recursos en una situación apurada y difícil.

( Y por ultimo{ para los no cubanos que no conocen esta terminología})

5.       Bolsa hecha de cartulina, para contener dulces, frutas y cosas semejantes.

( fin de cita)

  Al tomar dicho cartucho con los libros en mis manos, me remonté a mi información subconsciente (ahora conciente) del concepto cartucho. Mi memoria emotiva me envió las más graciosos imágenes y fotografías. Recordé cuando yo era niño, tendría unos seis o siete años, cuando en algunas tardes, luego de las clases en la primaria, como premio de poder ir ya solo al Mercado, iba y me compraba un cuarto de cartucho de galletitas de chocolates, mis preferidas. Después regresaba contento para mi casa para acompañarlas con un refresco negro ( mi mamá siempre trataba de “resolver” una caja para mi hermano y para mí) En el trayecto a mi casa yo era el mocoso más feliz de la tierra, ansioso por meterle manos a aquel cartucho de galletitas. Nuestros años felices o The Way We Were, como diría Barbara Streisand y Robert Redford.

    La transformación mágica ocurre aquí, cuando quince años más tarde, quince años aproximadamente de ausencia de mi panorama, aparece un nuevo cartucho, en un nuevo contexto; ya no en el mercado de mi barrio en la Habana y surtido de galletitas de chocolate; sino en Miami, en una librería, con dos eruditos libros.

     Salí de la librería contento como niño con galletas de chocolate, luciendo mi cartucho por toda la calle ocho, tratando de demostrar a los carros de pasaban que en “palanganas viejas se siembran violetas” y que las alquimias son el intervalo del reloj entre un segundo y otro.


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