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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Una Vuelta por El Malecón y otros rincones habaneros

Después de varios años fuera de la ciudad donde nací lo que dejé allí puede compartir la nostalgia, la idealización y la imprecisión de la memoria, es por eso que de vez en cuando reflexiono sobre lugares que hoy todavía vienen nítidos a mis sentidos o al menos así lo quiero creer... hoy voy a hablar del Malecón y lo voy a hacer como si nadie lo conociera, como se lo describiría a un primo nacido aquí a mi esposa que nunca ha visitado Cuba.




Roberto Wong  (12-27-2003)

Deja ver qué sale:

El Malecón, concretamente, es una cinta de concreto de diferentes alturas que bordea la costa habanera desde aproximadamente el río Almendares hasta la entrada de la bahía de La Habana; especie de pequeña muralla a veces tan baja que puede uno sentarse cómodamente en ella o en otros tramos puede ser mas alta que un niño, referencia que tomo pues en esa etapa de mi vida es cuando recuerdo haber recorrido el lugar. No sé si en otras ciudades habrán cosas como esta; pero lo he oído mencionar siempre al malecón como "El Malecón de La Habana" precisando así su ubicación. Son dos los municipios habaneros los que disfrutan de los privilegios de esta frontera y su mar aunque según alguien dijo en una isla siempre se vive cerca del mar y hay otros municipios que disfrutan incluso de un mar aún mas abierto que el visto desde esta zona; el horizonte sin embargo pudiera ser siempre el mismo, no tan recto cuando va a todo lo ancho de la vista y medio impreciso en los días nublados… a la derecha siempre esta el faro del Morro, nombre popular del castillo de los Tres Reyes, ese faro identifica la bahía habanera más aun que el gigantesco Cristo hecho por una escultora de la cual he olvidado el nombre a pesar de haber asistido a una charla que brindó una vez ya casi ciega por el glaucoma.

Cuando mis amigos decían “vamos al malecón” por supuesto se referían al tramo que nos tocaba geográficamente hablando, más o menos desde el “Coppelita”, heladería bastante popular, hasta el parque Maceo no muy lejos del Hotel Nacional cuyos jardines se asomaban a la confluencia del paseo del Malecón y la calle 23, allí precisamente comenzaba "La Rampa" de la cual toca hablar en otra ocasión. De niño pasé muchas veces por el pequeño túnel que desde parque Maceo pasaba divertidamente por debajo de la calzada del Malecón; este camino fue con posterioridad libremente convertido en baño público y era imposible atravesarlo.

En el Malecón acontecen los carnavales habaneros pero a pesar de vivir tan cerca de allí no puedo escribir nada acerca de estas fiestas pues fui poco y no los disfruté a plenitud; como tampoco puedo hablar, por ejemplo, de “la puntilla” el lugar donde muchos se bañaban a pesar de las inconveniencias de los arrecifes, esto de bañarse en el malecón, lo cual dio pie hasta a una canción interpretada por una popular cantante, sucedía en varios puntos a todo lo largo del malecón, no importaban los carteles de advertencia de las aguas contaminadas ni el peligro de bajar dos metros o mas abajo del muro, en ocasiones con superficies resbalosas por las plantas allí adheridas o puntiagudas e hirientes de la roca socavada por el mar; el único acceso seguro era, además de una pequeña torrecilla cuadrada que hacia mas fácil la bajada en algún punto, una entrada ya llegando al final donde comienza la Avenida del Puerto, zona un tanto histórica por estar por allí conservado, no muy lejos del túnel que llevaría ala carretera para las playas del este, el paredón donde fusilaron a ocho estudiantes de medicina en la época colonial y también restos de una cárcel donde estuvo nuestro prócer José Marti… y me perdonan pero nunca he sabido que carajo quiere decir prócer… lo de apóstol, nombrete que también tenia Marti, lo puede saber mas adelante pero eso de prócer se los debo... y hablando de patriotas para entrar al túnel se bordeaba a manera de rotonda u monumento a Máximo Gómez, el generalísimo cuyo caballo firme en sus cuatro patas, por haber muerto su jinete en cama y no en batalla coronaba una concentración generosa de alegorías clásicas como tantos otros monumentos de principios del siglo veinte verbigracia el mismo a Antonio Maceo en le parque se su nombre esta vez con las dos patas en alto pues el titán de bronce murió en batalla... cabe recordar, ya que hablamos líneas arriba de José Marti, que este a pesar de haber muerto de un balazo a pleno galope, ni siquiera lo encaramaron en un caballo a la hora de inmortalizarlo en mármol de Carrara y hace su eterna penitencia de pie, señalando con el índice al vació en medio del parque central rodeado del Teatro Tacón, el centro gallego y otros tantos recuerdos de sus enemigos.

... el muro de concreto del malecón es bastante ancho, de manera que hasta dos personas acostadas una al lado de la otra caben -si están enamorados mucho mejor-; pero la mayoría se sientan ya sea con los pies colgando para los arrecifes de frente al mar o de espaldas a este viendo la gente pasar; esto hubiera podido ser una zona tan turística como la Rambla en Barcelona o cualquier plaza de país suramericano pero quizás eso le hubiera quitado intimidad a espontáneos grupos de amigos con guitarra o con botellas de ron que allí se reúnen; he sabido que más adelante se convirtió en zona de trasiego de todo tipo; desde cámaras de bicicleta tan necesarias como accesorio indispensable del “transporte nacional”, hasta jineteras, pero afortunadamente esto no lo viví; cuando yo paseaba frente a los infranqueables hoteles de La Habana las jineteras no existían y la denominación “jinetero” pertenecía a quienes negociaban con los extranjeros: compraban dólares -esto era ilegal-, adquirían con estos, en las tiendas para extranjeros, artículos que escaseaban o no existían en el mercado regular y los vendían luego a sobreprecio en el mercado negro o “en bolsa negra” como se le decía. De cierto modo esto era solapadamente permitido a pesar de las supuestas redadas, pues la venta de esas tiendas se mantenían, o la menos eran mucho mayor, gracias a ese comercio ilegal, ningún turista compraría un articulo electrónico caro o jeans al por mayor…Los turistas por su parte podían moverse con mas libertad con la moneda nacional -aun no existían los “turistaxi” que cobran en dólares-, con moneda nacional podían adquirir souvenires en La Plaza de La Catedral donde el artesano no podía cobrar en dólares, como dije era ilegal poseer dólares

Pero me salí del Malecón, cierto es que La Catedral no esta lejos de allí; pero se sale del circuito, el Malecón, hasta donde yo sé, solo disfruta de dos construcciones coloniales: el Torreón de San Lázaro ubicado en el mencionado parque Maceo y La Chorrera, convertido en restaurante,- se pudiera uno preguntar por qué Torreón “de San Lázaro” si está en la convergencia de la Calzada de Marina y del Malecón y no en la cercana "San Lázaro" y esto es porque originalmente estaba en el borde la caleta -entrada de agua- del mismo nombre,, después el nombre quedaría solo para la cercana calzada donde viví que nace en la avenida del puerto y muere en las escalinatas de la universidad y que fue escenario de muchas manifestaciones populares- La Chorrera y el torreón, donde por la fecha, se guardaban los aperos de jardinería el parque, habían sido dignas atalayas de vigilancia. La desembocadura del Almendares, donde se ubica La Chorrera, fue uno de los lugares donde se intentó fundar la villa de San Cristóbal de La Habana, Habana era el nombre indígena del lugar- y allí quedó esta y la otra construcción, al otro lado del río, hoy conocida como restaurante 1830 -esto es quizás por el año de construcción, no porque en La Habana los restaurantes estén numerados-. Para atravesar el río por la desembocadura existen dos túneles, el de Quinta y el de Calzada, nombres que corresponden a las avenidas por las que se tiene acceso a estos y también hay un pequeño puente de hierro que gira sobre su centro y que es apenas conocido a no ser por la gente de ese barrio; más al sur esta el Puente Almendares que sobrevuela el parque del mismo nombre continuando la calle 23 hasta su encuentro con el reparto Sierra donde comienza la avenida 41 hacia Marianao… esta vez si me fui lejos del Malecón…

Como creo haber dicho desde el malecón se puede ver el mar; esto que pudiera ser el hecho mas importante y quizás la motivación para construir esta faja, es algo tan cotidiano para un isleño que a veces se olvida; el apartamento donde viví en la calzada de San Lázaro, en un tramo paralela al Malecón pero que luego se aleja al curvar este al norte siguiendo la costa, está, literalmente, de espaldas al mar y esto pudo haber restado romanticismo a su presencia en mi infancia.

No obstante el muro, áspero y gris, un poco mas ancho en su parte superior como columna minoica, la acera que cuando el mar esta “bravo” se moja constantemente por las olas, el asfalto ya a finales de los ochenta fácilmente transitable por la falta de tráfico de autos, algún incidente con la policía pidiendo carnet de identidad, todo eso, es parte del ambiente de esta locación habanera y muchas más cosas que podrán contar quienes aun tiene la posibilidad de pasear por allí; habría tanto por decir de este lugar que se puede crear un Malecon.com para los amantes de su brisa repartidos hoy en muchos ciudades, quizás salieron de Cuba por ese mismo lugar y la ultima brisa respirada fue la del Malecón; brisa que no podrán percibir virtualmente desde sus computadoras ni es recogida en una foto de almanaque con el faro del morro porque es una brisa que también viene de adentro, que puede dejar escuchar una canción de Silvio o el tic tac de radio reloj tan cubano como el Malecón; de adentro cuando uno esta “adentro”, frente al mar, teniendo a quien echarle la culpa de todas las desgracias del día y de la vida, sin saber que detrás de ese mar la vida también puede ser miserable, la vida, como la brisa del malecón debe partir de adentro y ser menos miserable donde quiera que estemos aunque la nostalgia nos atrape y volvamos al muro gris del barrio, pequeña muralla saltada por las olas, con los arrecifes y rompeolas del otro lado y el azul y “por ahí esta pasando un barco” y los niños sorteando a los que están sentados en el muro los más valientes desprendidos de las manos de sus padres…


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