Inicio
He creado este espacio para compartirlo con familiares y amigos, aunque no descarto la posibilidad de que otros visitantes se encuntren a gusto y lo puedan disfrutar tambien...

InicioMapa del sitioDescargasColaboradoresEnlacesAutor    
Buscar :

Ideas


Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


En lo hondo de mi ser




Reinaldo Castillo Frau  (07-02-2004)

  No desperté como Gregorio Samsa tras un sueño intranquilo y convertido en un monstruoso insecto. Mi metamorfosis es otra, como si algo despertara en lo hondo de mi ser, compleja y misteriosa. No me atreví consultar a un médico ni a nadie de la cofradía. Sería hilarante, absurdo para todos. Y la mutación se precipitaba. Me crecía un desgano, un asco, un hastío. Mi rostro demacrado, sombrío. ¿Sida? No, no he sido un promiscuo. Evité las visitas; pero necesitaba una confidencia, y pensé en un amigo, lo que suele llamarse un amigo. Acudió deprisa. Y le solté el fenómeno, así, como un disparo a quemarropa. ¡No jodas! ¡Vete al carajo! , exclamó, pensó que se trataba de una broma. ¡Créeme!, le grité, y la verdad se asomó a mis ojos. Entonces, él se fue quedando quieto igual que las estatuas. Suponga usted que un gay le confiese, así, de súbito, que está dejando de ser gay. Un tipo que soñaba con ser mujer, que se vestía con sostén y blúmer, y hasta pensó alguna vez castrarse. Mi amigo reaccionó con un remolino de preguntas. Lógicas. Profesionales. De viejo zorro policía. No sé cuánto llevaba en el oficio. Mucho. Después que terminó la Preparatoria, recuerdo. Siempre fue un tipo duro, pero al mismo tiempo sensible, hasta romántico. Me preguntó algo tremendo: ¿Tienes ganas de una mujer? No, contesté, y añadí: Es complejísimo, una mutación de mi psiquis, en lo hondo de mi ser.. Un “hombre nuevo” naciéndote, despertando, se atrevió a decir él, y volvió con sus filosas preguntas: ¿Y cuando venga tu pareja a...? ¿Y si te aflojas? Hice un gesto con los hombros, y contesté: Entonces esto es otro fenómeno; una menopausia prematura, maricona. Él esbozó una sonrisa. Finalmente, acordamos guardar silencio y esperar.

Y ocurrió la inevitable visita. Temblé. No pude evitar su beso. Yo frío. ¿Qué te pasa?, inquirió. Y volvió a aproximar sus labios. Me salió un vapor ácido, amargo, sonoro. ¡Coño!, dijo, y alejó el rostro. ¿Qué te pasa?, repitió. ¡Vete!, grité. Trató de manosearme, y le hui. ¿Tienes la menstruación, cariño? ¿O qué cojones te pasa? Me estremecí. Algo bajó como un torbellino hasta mis entrepiernas. ¡Me pasa esto!, exclamé mostrándole la erección. El gay tiene erección cuando se excita, porque allá en lo hondo de su ser duerme un hombre, que abre los ojos y nada más. ¡Coño!, exclamó. Siempre cuidé que sus ojos no tropezaran con esa parte masculina. Lo tradujo a su modo y quiso voltearme. Rehusé. Advirtió la gravedad, y preguntó: ¿Otro amor? No; es algo difícil..., dije. Se espantó. ¡¿Sida?!, gritó. Entonces, se lo dije: Estoy dejando de ser maricón. Para que fue eso, le entró un ataque de risa. No jodas más, dijo; estás loca por un pingazo. Y fue a abrazarme, pero mi puño llegó más temprano. Cayó sentado sangrando por la nariz y los ojos extraviados. ¡Vete!, le grité. Se levantó, y callado se encaminó hacia la puerta.

Hubo alarma, alboroto, mi guarida parecía un jardín atiborrado de mariposas. Me profirieron ofensas, amenazas, hasta pedradas contra la fachada. Las apacibles me torturaron a preguntas y me aconsejaron visitar a un psiquiatra. ¡Inaudito! ¡Inaudito!, chillaban algunas. La rebelión de los colibríes, dijo mi amigo, que acudió con otros policías. Las más iracundas se habían tornado peligrosas. Las hay que te sacan una navaja como un relámpago. Negocié mi guarida, hice mis valijas y salí furtivo una noche a mi nuevo destino.

El “hombre nuevo” andaba deprisa, ya se asomaba a mis ojos a mirar el nuevo mundo. Y ocurrió lo más maravilloso, una mujer me tocó el corazón. Me gustó su sencillez, su inteligencia, su piel café con leche, sus cabellos rizados como virutas de madera recién cortada. No era una escultura. Lo más bello es eso que uno ama. Fue otra magia, otro misterio, otra entrega. Yo cerraba los ojos y la imaginaba una gaviota gritando sobre un remolino de peces. Ella me pedía: ¡Mírame! ¡Mírame! Y era aún más bella, su mirada perdida, sus labios inflamados, y, de súbito, la vida me parecía bella y mejor.

Abrí los ojos y, de pronto, no supe quien yo era, si este o el otro. Había humedad entre mis piernas y ropas dispersas por el suelo. Alguien cantaba bajo la ducha...


  • Otros cuentos


  • Imprimir   Enviar a un amigo   
                                                    

    Miami / USAmail@armandoacosta.comInicio