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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Ni ruleta ni rusa

Un cuento de Ciencia-Ficcion y suspenso.




William Tejeda  (09-11-2004)

- Cualquiera de estos días comienza a llover y no escampará en años. -dijo Un Hombre.

-Es cierto, pero no será esta vez, en un rato estaremos en casa. -respondió El Otro.

- Para entonces ya habremos conquistado otros planetas. Agregó El Tercero, reafirmando el criterio de Un Hombre.

Al sonido de la sirena comenzaron a marcharse los empleados de la fábrica, incluso bajo el aguacero que arreciaba a cada minuto. Un Hombre, El Otro y El Tercero quedaron rezagados, atraídos por el diseño y la labor que juntos habían estado realizando en las últimas horas. Una mesa circular para tres personas, que gira sobre su eje, con patas y bordes torneados en combinación con el tallado de la superficie, el tallado? la vista frontal de un cráneo que fue rematado con colores oscuros y sobre su frente tres diamantes baratos incrustados triangularmente. El Tercero le tituló la Mesa de la Muerte.

- Qué harán con ella?

- Quizá la utilicen en ritos espirituales.

- Pudiera ser sólo un adorno para un gusto extravagante, lo importante es que pagarán bien este

   trabajo.

- No sé, creo que es más que un gusto.

Continuó la lluvia y en el placer por la faena que realizaban no advirtieron que había caído la noche. La mesa estaba terminada, hermosa a pesar de lo estrafalaria. Un Hombre la colocó hacia el centro de un espacio para contemplarla desde una esquina.

- Tengo una idea. -dijo El Tercero- si hemos estado trabajando tantas horas y llueve de esa manera nos merecemos brindar, escondo en mi guarda ropas una botella de ron que me regaló un cliente.

Un Hombre y El Otro asintieron colocando tres butacas en torno a la mesa.

- Si hemos de brindar, que sea sobre nuestra obra.

Y brindaron y rieron pero a la hora de marcharse avisaron que el estacionamiento y las calles estaban completamente inundados, por la radio corría la voz de alarma donde aconsejaban a los ciudadanos permanecer en un lugar seguro. Era noche de tormenta. Volvieron a las butacas, ya sin ron, pero hambrientos y ebrios. Desalentado e impropio El Tercero comentó:

- Creí que hoy sería el día, pero lo olvidé.

- De que hablas?

- ...el día de encontrar a mi esposa con otro hombre, lo vengo sospechando hace un tiempo, la he seguido pero sin éxito, mas sé que lo hace, lo sé por sus cambios.... mierda! El Tercero golpeó la mesa en un grito.

- Yo también tengo algo que contarles amigos, pero no me atrevo. Dijo Un Hombre con la voz entrecortada .

El Otro, menos ebrio que sus amigos pero excitado por la noche, el tema y la mesa, les pregunta::

- Saben jugar a la ruleta rusa?, tengo un treinta y ocho Smith & Wesson Special , seis balas, se atreven?

- Estas loco? Claro que no!

- Claro que si! replica Un Hombre eufórico. Qué pudiera faltarte si mueres? el dolor del engaño que sufres? Me atrevería a contarles algo bajo el efecto de esta emoción..

- Acepto.

- Es un arma preciosa -comenta El Otro mientras deja tres de las seis balas que habían en el cilindro- la compré con la idea de suicidarme, pero no estaba convencido.

- Convencido de qué?

- Hagamos algo, pongamos el arma sobre la mesa y girémosla, cuando se detenga, sobre quien apunte el revolver ese comienza su historia, en cualquier momento apunta a su sien y dispara.

Hubo silencio, la idea era atractiva, acercaron más las butacas a la mesa, tenían miedo, menos El Otro. Un relámpago iluminó sus rostros. Quedaron a oscuras. Un Hombre sacó una linterna de su bolsillo y la puso bajo la mesa. Juntaron su manos y miraron a la calavera que parecía aprobar el juego. La mano del otro hizo girar la mesa. Giró, giró. Se detuvo. La calavera testigo. Después de unos minutos de reflexión el elegido inició el juego.

- Soy El Hombre, traigo el dolor donde no cabe otra cosa que dolor, es grande este espacio por eso duele. Tengo de todos los bienes en esta vida, pero me sobra el dolor. Me acusan allá afuera por la muerte de una joven, todas las evidencias indican que soy el que quieren que sea, mientras no aparezca el culpable y pesa sobre mí una cadena perpetua..

Un Hombre lleva suavemente el revolver hasta su sien. Tres espacios vacíos en el cilindro y tres rellenos de una bala mortal. Su confesión le hace sentirse mejor, libre, tal como quiere vivir y acciona el gatillo. Un relámpago violento los baña de luz y un “clic” los hace suspirar. Un Hombre gana la primera ronda.

- Soy El Tercero -tartamudea- lo fui desde que nací pues ya dos hermanos se habían adelantado a sus respectivos lugares. Mi padre quiso hacerme ver que nos amaba por igual, pero otra cosa salía de su corazón y pagué siempre con castigos y golpes las travesuras de ellos. Ser el pequeño significó eso mismo, ser el débil, el pisoteado, El Tercero paga todo, se jode, pierde a su madre más pequeño que nadie... no me golpees padre!! No es mi culpa, cuando llegué ya estaba muerta y sus pichones solos!

El Tercero toma el arma de la mesa, pero no dispara, solo la aprieta fuertemente. Tiembla. Suda. Sangra pesadillas por los ojos. Casi revienta. Sigue:

- Gallina de mierda! Me dejas solo y te vas con él. Otra carne, otras manos saturándote de caricias y yo al demonio, el Tercero que se joda, como en los viejos tiempos. Otra vez a mi lugar ahora que me acostumbraba a estar en un sitio neutral junto a ti. - ríe a carcajadas- Qué ironía -gira el cilindro, se detiene, apunta dentro de su boca y habla con la lengua atropellada- hoy soy el segundo, que suerte!

No hubo luces previas ni inspiración anticipada, una bala reventó su cráneo saliendo por la tonsura, de allí emergía la sangre, los sueños y su dolor de siempre. Quedó sentado, con la cabeza descolgada hacia atrás. Atorado de coágulos en la garganta. Muerto.

Un Hombre hace por salirse de la escena. Temblaba. El Otro lo detiene por un brazo interpretando que su amigo se disponía a recoger el arma del suelo.

- Yo lo hago -le dice- es mi turno.

- No es cobardía....

- Lo sé, pero es mi turno. - da vueltas al cilindro de la Smith, pone el cañón bajo su barbilla y sin preámbulos comienza. Todos los días sueño con extraterrestres que vienen a buscarme, no se para qué ni por qué, pero vienen a mi cabecera y me perturban. Hace un mes vi a uno. No son verdes ni pequeños. Son cuerpos espirituales, se desmaterializan para llegar hasta nosotros...

- Me duele..

- Calla.

- Pero es mi dolor...

- Quiero irme con ellos y no puedo, no sé como hacerlo, he intentado todo menos la muerte. No temo. No quiero fallar, si muero y no es el camino ya no habrá remedios. No puedo con la vida. Quiero esa, la que ellos traen.

Un Hombre arranca el revolver de la mano de El Otro. Perturbado, nervioso, empuja la mesa violentamente, todo cae al suelo, mesa, sillas, El Otro, el cadáver de el Tercero. Grita.

- Yo tampoco puedo con la vida, ni con la cárcel, ni con esta culpa que no es mía. - dispara en su cerebro y le revientan los sesos, el dolor y la inocencia.

El Otro también cae al suelo, convulsionando, con los ojos blancos y sus sueños de extraterrestres bañándose de espuma. Ya no había mesa, ni ruleta, ni rusa que impidiera la despedida brutal de estos seres. Solo la sorpresa de los primeros empleados que llegaron a la fábrica muy temprano y hallaron los cuerpos sin vida de dos hombres, sangre de dos, dos balas y la ropa de otro acomodada en una esquina. Y El Otro, dónde está? Se preguntaban.


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