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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Entrerejas

...en memoria de Alejo Carpentier




Roberto Wong  (09-04-2005)

Creo estar, años más para allá o para acá, en la mitad de mi vida, más de la cuarta parte de esta lo he pasado fuera del país donde nací al cual no me atrevo a llamar “mi país” con ese sentido posesivo nacionalista de muchos porque he llegado a la conclusión de que no soy cubano… lo digo sin verguenza como tampoco tuve el orgullo de “ser cubano” en donde quiera que estuviere y esto no tiene nada que ver con posiciones antinacionalistas, sino, por el contrario, con pensamientos más localistas: me siento especificamente HABANERO.

Cuando mi nostalgia se extiende algo más de diez años atrás -también hay nostalgias que se anticipan un tanto y echamos de menos lo venidero- recuerdo una ciudad de edificios desteñidos, puertas como altares y rejas empotradas en gruesos muros o adelantadas en balcones con ropas tendidas y veinte cachibaches delatores de la escacés de espacio en el interior.

Algunos de estos edificios ostentaban su año de fabricación ya en las rejas de entrada o en la parte superior, a relieve, en el concreto; por eso pude saber que, al menos en mi barrio, mayoreaba la arquitectura de las primeras cuatro décadas del siglo veinte; algunas casas diseñadas para una familia eran ocupadas por más de diez o habian sido convertidas en oficinas o escuelas, como aquella donde pasé la primaria donde una inexplicable escalera de mármol, probablemente capricho de un dueño ecléptico, interrumpía el paso inmediatamente después de la entrada invitando a no recorrer la planta baja…

Existen en La Habana balcones corridos y balcones individuales separados por guardavecinos, todo de reja de hierro forjado, lo cual quiere decir a golpe de martillazos en sensual contraste con la delicada amonía de la curva o también las hay de hierro fundido en el Vedado; esas se hicieron vertiendo el metal líquido en moldes lo cual permitió la intervención de escultores en motivos frutales y hojas más naturalistas de esta manera más robustas rodean casonas lujosas… más lujosas que las del Cerro abandonado como lugar descanso y retiro de la clase alta donde también hay derroche de encaje metálico en cualquier vano y si de rejas se trata las hay también de madera en El Calvario, a toda ventana, de dintel a alféizar, esperando alguna seranata mientras deja pasar hospitalariamente el viento fresco de esta localidad casi campestre.

Rejas aparte, y porque también las tiene, La Habana Vieja es uno de mis amores, me la presentó Eusebio Leal, su historiador, en un anfiteatro arengando sobre la necesidad de conservar ese pedazo de nuestra historia citadina y me la volvi a tropezar en cada patio colonial, en cada arcada de piedra, pisando adoquines, imprimiendo grabados a la vera de una catedral barroco-neoclásica rodeada de mansiones de marqueses y condes, envitraladas, afrancesadas, piedra y madera de más de un cuarto de milenio…

Todavía recuerdo el dia que sin saberlo renunciaba a todo eso; dejé mis rejas, las que enredan a La Habana y las que llevé al apartamento desde donde las encontraba en un barrio en demolición y las hice acompañar de números de casas en mariposa blanquinegra de hierro fundido; nombres de calles del mismo material y descolor bajados de alguna esquina para dejar su función indicativa y adquirir un sentido decorativo; de aldabas ya afónicas al ser arrancadas de aquellas puertas-altares lastimosamente cepilladas por un carpinetro escaso de material; de vidrios de colores descompuestos, desembellotados de su marco original desde donde habrian jugado tantas veces con la luz tropical dejándola reverberar en algúna hoja de acanto petrificada por hechizo clásico y llevada al Caribe por íberos aventureros.

Renunciaba alegremente porque pensé volve; mi tia Miriam me dijo que podia sacarme de Cuba para una gira de trabajo, ignorando que lo dificil era sacar a Cuba de mi.

Contradictoriamente no soy un apegado al bolero, ni al arroz con frijoles ni a la carne de puerco, ni siquiera al fresco tratamiento de “acere” de mis compatriotas; algunos hasta han confundido mi nacionalidad quizás escondida en una silenciosas cartulinas donde suelo soltar todas esas volutas, espirales, ventanas desencajadas y faroles que algunas vez me rodearon y que por ello, ahora tan libre, me hagan vivir entrerejas.


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