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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


De próceres y de reyes, Cuba y España




Armando Acosta  (11-05-2005)

Mientras Cristóbal Colón navegaba el Atlántico en busca de “las indias” (1492) el rey Fernando de Aragón emprendía la reconquista de Granada, el último reducto árabe en la península Ibérica. Cuatrocientos años después, Carlos Manuel de Céspedes se alzaba en armas en aquella “siempre fiel Isla de Cuba” al tiempo que en España se gestaba la primera revolución republicana que hizo huir a la reina Isabel II e instauró lo que ellos llaman su “primera república”.

Cien años más tarde asistía yo a la escuela primaria y la maestra me hablaba de Céspedes, de Maceo y de Martí, pero nunca de un rey; nuestros pueblos de América son tan jóvenes que no alcanzaron a tener reyes. Por eso la imagen de un castillo y de un monarca tiene en nosotros el sonido melancólico de la leyenda y no el sabor agridulce y genuino de la historia.

Y es por eso que cuando escucho a los españoles hablar de su rey actual, me sorprendo. Es cierto que en una “monarquía parlamentaria” como la española, el rey no es precisamente "el que manda", pero sí mantiene algunas funciones que los españoles parecen apreciar, y hablan ellos de su rey con una sonrisa en los labios y cuentan lo que ha hecho bien y lo que ha hecho mal, y por qué un rey fue querido por la gente y por qué el otro, no.

Y así mismo cuentan su historia en términos de sus diferentes reyes: Rodrigo el visigodo que perdió la batalla contra los moros en el 711, los reyes católicos que culminaron la reconquista en 1492, unificaron la nación e instauraron el tribunal de la Santa Inquisición; Felipe II que trasladó la capital desde Toledo hasta Madrid; Alfonso XII que continuó la monarquía española después del fracaso de la primera república; Carlos V, primero de España, de cuya espada he comprado una reproducción por 35 Euros esta mañana.

La historia de España es la extensión de nuestra propia historia. He podido ver y tocar las ruinas de castillos reales que nunca llegaron a construirse en las colonias; he visto los restos de carreteras romanas que nunca cruzaron el Atlántico, la huella del Islán que sí nos alcanzó pero indirectamente, los pueblos judíos, la gente gitana, que aún existe y habla y canta.

No somos los herederos de España, somos la España misma extendida en el horizonte histórico. Las fronteras políticas se erigen y luego se borran, pero los nexos de la cultura son eternos. Solo hay que venir aquí para constatarlo.


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