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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Huyendo de la transculturación




Armando Acosta  (11-20-2005)

La anglisación de los hispanos en Miami es un fenómeno cultural que no debería sorprendernos ni molestarnos. Es por el contrario, el resultado natural (predecible) de asimilación de una cultura hegemónica y preexistente por un grupo minoritario asentado en su territorio. La historia está llena de procesos similares, de hecho las diferentes culturas que hoy colorean el panorama universal son el resultado de esos mismos procesos. La transculturación miamense es pues peculiar solo para quienes vivimos en Miami hoy, y en todo caso es nuestra oportunidad para ser testigos y protagonistas que un fenómeno que no por cotidiano deja de ser interesante.

Pero eso que se comprende perfectamente en la perspectiva histórica, es algo que en la práctica del día a día nos llega a molestar y a confundir. Tan natural como la asimilación de nuevas costumbres y nuevos vocablos, lo es nuestra resistencia a incorporarlos y conciliarlos con los rasgos de nuestra propia cultura.

La lucha interna nos conduce finalmente a cuestionamientos éticos: ¿Debemos integrarnos a la cultura norteamericana tan pronto y completamente como nos sea posible, o debemos por el contrario atrincherarnos en nuestras raíces para felizmente impactar a los americanos con nuestra propia cultura? ¿Debemos legar a nuestros hijos nuestro idioma y nuestras tradiciones con el fin de perpetuar nuestra huella en estas tierras, o por el contrario debemos no interferir en la natural incorporación de nuestros hijos a la sociedad norteamericana?

No hay respuestas tácitas para estas preguntas, como tampoco hay que abstenerse de tener una opinión sobre estos temas, y esta es la mía:

Nuestros hijos son norteamericanos por nacimiento y no sería justo truncarles esa ventaja, y digo "ventaja" asumiendo que ellos van a crecer y desarrollarse enteramente dentro de esta sociedad y no en otra. En todo caso la herencia cultural que reciban de nosotros será una ventaja añadida, pero no me parece justo ni conveniente tratar de evitar que lo norteamericano prime en su formación cultural.

En cuanto a nosotros, los que llegamos adultos con nuestro inevitable arraigo, creo que lo correcto es hacer exactamente lo contrario: Incorporarnos hasta donde nos sintamos cómodos, pero sin descuidar el patrimonio cultural legado por nuestros padres. Lo contrario sería impostar, vender nuestra alma al mejor postor y quedarnos a medias entre el perder el legado y el no asimilar completamente lo nuevo.

En particular, me llama la atención la cuestión del lenguaje, el llamado "Spanglish" (o "ingleñol" si se mira desde el lado hispano).

"Juan estaba watching that move cuando mi suegra lo mandó a walk the dog... My god! My mother in love sí que es tremenda."

Por mucho que nos moleste escuchar vocablos como "lonchar" (lunch-almorzar) ó "printear" (print-imprimir), por mucho que encontremos de pésimo gusto ese salto impensado del inglés al español dentro del diálogo, no podemos evitar que todo eso siga ocurriendo. Para nuestra tranquilidad, conviene entenderlo como una fase de transición lingüística que por demás es inevitable. Pero... ¿Debemos nosotros participar de ello?

Mi respuesta es que no. Incorporar nuevas palabras a nuestro vocabulario es una cosa (añadir siempre enriquece); disminuir o desvirtuar nuestro arsenal de vocablos vírgenes es otra cosa bien diferente (un atentado al patrimonio, diría yo).

No debemos descuidar la riqueza de nuestro idioma, cuando hablamos; no debemos caer en el facilismo de traducciones directas del inglés; no debemos mezclar el inglés y el castellano en el diálogo, porque en nuestro caso no sería riqueza sino facilismo y por demás, descuido. No debemos acostumbrarnos al pensamiento directo y sucinto del lenguaje inglés sino a la riqueza de la elaboración lingüística del castellano.

La transculturación, creo yo, es tarea de nuestros hijos. Nosotros, los que llegamos adultos con nuestro inevitable arraigo, seremos más ricos si no tiramos por la borda ese bagaje cultural que nos inviste y nos hace auténticos.


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