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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


El trabajo hizo al hombre




Armando Acosta  (02-17-2006)

Esa frase la aprendí en mis tiempos de estudiante y tanto la he escuchado desde entonces que he llegado a percibirla como la "primera ley de la Antropología". Pero después de tener la experiencia de un buen período de desempleo, he llegado a cambiar mi visión sobre ese asunto.

"El trabajo enriquece", dicen también... pero al menos el de factoría no enriquece el espíritu (y mucho menos bolsillo). Yo digo que para liberar el potencial intelectual que hay en nuestras neuronas, hay primero sacarlas de esa obstruyente tarea que es gobernar a nuestras manos. No se puede pensar con las manos ocupadas.

Y por favor, no me tomen a mal, no soy ningún vago. Solo que en mi experiencia, me he visto haciendo cosas más interesantes cuando no tengo la obligación de cumplir con un horario y entregarme a tareas que por enriquecedoras que sean, no se comparan con esos surtidores de riqueza (espiritual) que uno puede encontrar por sí mismo... cuando tiene tiempo de hacerlo.

Esta página Web, por ejemplo, la elaboré en el 2002, ese año entero de desempleo que siguió a la caída de las torres. Por suerte el presidente Bush hizo algo bueno por aquella época: extendió el período de compensación de desempleo a un año en lugar de seis meses como era antes.

Buscar trabajo es para los hombres como para los animales buscar el alimento. Es una actividad que suelen colocar en el centro de sus prioridades, olvidándose de otra que definitivamente los haría más humanos: pensar. Pero bueno, tampoco es conveniente pensar sin los pies puestos sobre la tierra. Vivimos en una época de escasez de recursos, tenemos que trabajar... solo que un descanso de vez en cuando no viene nada mal (para el espíritu, quiero decir).

Nuestra civilización es joven. Aún no hemos alcanzado ese estadío en que las máquinas realizarán todo el trabajo y quedaremos nosotros libres para hacer lo que estamos predestinados a hacer: pensar, crear, ocuparnos de nuestro espíritu más que de nuestro estómago. Los antropólogos no contarán la historia del hombre sin destacar sus dos grandes momentos: (1) Cuando las manos dejaron de caminar para empezar a trabajar (2) Cuando las manos dejaron de trabajar para librar al cerebro de tan limitador castigo.


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