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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


El yugo de la posesión




Armando Acosta  (02-22-2006)

No, no soy budista ni musulmán, ni bohemio ni poeta. Muy por el contrario, como a todo occidental civilizado de nuestro tiempo, me encanta poseer.

Poseer una linda casa que gobernar como en un feudo, un lindo carro que me lleve a todas partes sin romperse y que exhiba cual pendón la calidad de mi éxito. Un trabajo dignificante donde sea cada vez más protagonista y menos vasallo, y mucho mejor si fuera mi propio negocio... ¡Eso me haría sentir como un rey! -- Equipos de música, computadoras, buenos vinos, copas de lujo, vajilla fina, ricos muebles... ¿A quien no le gusta poseer todo eso?

Cuando poseemos nos sentimos dueños, mas por esas extrañas cosas de la dialéctica, poseer nos hace también esclavos. Muy atrás quedaron los tiempos en que las posesiones alcanzaban a durar toda la vida. Nuestras actuales posesiones son "renovables". Ni siquiera la casa es patrimonio de la familia, la casa dura en nuestras manos lo mismo que un automóvil: ya en cinco o diez años estamos pensando en vendarla para comprar una mejor. Y aún cuando no lo hagamos, "nuestra" casa se la debemos al banco, casi de por vida.

Nuestra vida transcurre entonces en la constante renovación de nuestros bienes, y cada renovación demanda crecientes cantidades de dinero. Nuestras vidas transcurren (otra forma de decirlo) en un delicado equilibrio dinámico cuya ruptura nos puede arrojar del círculo como vulgar despojo.

Es difícil escapar a esa "zansara", yo diría incluso que tratar de escapar del todo sería inaceptable, pues nos convertiría en seres antisociales o socialmente enfermos. Lo que sí se puede hacer, creo yo, es tomar conciencia de que la posesión desmedida nos hace menos libres; que "consumismo" y "esclavitud" son sinónimos en estos tiempos.

Lo saludable, creo yo, es poner el énfasis en la única cosa que sí podemos poseer eternamente: nosotros mismos. Enriquecer nuestra sabiduría, liberar nuestra bondad, hacer el bien... no son palabras bonitas, son simplemente los métodos para cuidar nuestro yo-patrimonio, ese que nadie, absolutamente nadie, nos podrá arrebatar jamás... sin nuestro concentimiento.


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