Imagine a su padre sentado en un butacón, 1956 —escuchando a Elvis Presley, por supuesto—. En sus ojos, unos lentes cuadrados tipo "fondo de botella"; en sus manos, el celebrado best seller del momento: "Memorias del siglo XXI".
"Bienvenido a Winn Dixie", saluda la voz electrónica del cajero-robot, "Por favor, comience a escanear sus artÃculos".
Arturo obedece mecánicamente pero no presta demasiada atención; en su oreja izquierda cuelga un pequeño auricular en forma de arete, el cual se comunica por rayos infrarrojos con el teléfono portátil que se esconde en su bolsillo.
—SÃ, mi amor, estoy haciendo compras, pero no te preocupes, el programa se está grabando en casa.
—¿Qué programa? —pregunta una vieja que espera su turno en la fila.
—No, señora —explica Arturo—, estoy hablando con mi mujer por teléfono.
- ¿Pero qué programa es? —insiste la vieja— ¿el del SIDA?
—Disculpa, mi cielo, es que hay una señora aquà atrás... SÃ, señora, el del SIDA... ¿Qué? Ah, sÃ, los condones también los he comprado.
Tal vez a su padre no le impresionen tanto las estampas tecnológicas, como la idea de una epidemia mundial para la cual no se ha encontrado cura en treinta años de investigación. La sombra de armas quÃmicas y bacteriológicas está muy fresca aún en su memoria; lo primero que se le ocurre es que el tal SIDA es un arma secreta de los alemanes... ¡O de los rusos! Pero más avanzado en la lectura, se admirará de la gran imaginación que tuvo el autor al concebir el derrumbe del comunismo europeo, el cese de la guerra frÃa y eso de que los enemigos son ahora los musulmanes: ¡Qué idea tan brillante!¡Qué poética evocación de las cruzadas!
Pero si su padre es, en verdad, un apasionado de la ciencia-ficción, la mejor parte la encontrará en lo que autor ha llamado "global warming". Por culpa de una industrialización exacerbada, la atmósfera terrestre ha llegado a saturarse de CO2 y, en consecuencia, está reteniendo demasiado calor procedente de los rayos solares. El planeta se calienta más y más en cada año que pasa; hay cambios climáticos, huracanes cada vez más violentos, sunamies, erupciones volcánicas; los casquetes polares se derriten gradualmente por lo que el nivel del mar sube por año. Los cientÃficos anticipan que las ciudades costeras serán todas recobradas por el mar... ¡en solo décadas!
SerÃa tan fácil como dejar de quemar petróleo, universalizar el uso de fuentes alternativas de energÃa, como la luz solar. Pero no, el negocio del petróleo es demasiado próspero para aquellos que tienen su control, gobiernos incluidos. De hecho, las potencias occidentales invaden a los paÃses musulmanes para arrebatarles el control sobre ese mineral, para seguir quemando al planeta... ¡Fascinante!
La gente, sin embargo, aunque concientes de todos esos peligros, continúan sus vidas sin prestarles demasiada atención. Mucho más atractivas para ellos, son las imágenes de la guerra, que ahora se transmiten por televisión, en vivo y a todo color.
Son seres consumistas, aislacionistas, frÃvoros. Y es que el creciente contacto con las máquinas —explica el autor— ha moldeado inadvertidamente su cultura. La mitad de sus diálogos telefónicos son con robots; la mitad de su tiempo libre lo consumen frente a una computadora personal; la mitad de su educación la obtienen de cursos electrónicos; los exámenes, incluso, son evaluados por computadoras.
—SÃ, mi amor, ya estoy en casa. El programa se termina en quince minutos, creo... SÃ, los compré... ¿Y tú, a qué hora vienes?
La novela nos deja con un final abierto, porque el autor ha querido ser honesto con sus lectores del pasado, aún cuando estos, igual, no le creerán; al contrario, pensarán que el autor olvidó mencionar a los extraterrestres y los viajes turÃsticos a Marte.
En el epÃlogo, sin embargo, se despliega una especie de himno que no parece tener conexión con el resto de la obra: la esperanza de un futuro mejor, cuando los pueblos dejen de ser marionetas de sus vicios y tomen las riendas de su propio destino, con tal fuerza, que los gobiernos ya no puedan manipularlos ni lanzarlos a guerras innecesarias ni a sentimientos divisionistas. Será un mundo más caliente —sin dudas— pero más globalizado, un mundo de seres verdaderamente humanos, ciudadanos de esta Tierra, este pequeño planeta que, visto desde la inmensidad del cosmos, nos recuerda que él, es el único hábitat de que disponemos... todos.