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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Para un náufrago




Armando Acosta  (02-19-2008)

Este mundo es tan dinámico que fácilmente podríamos extraviarnos en él, como el náufrago que arrastrado por la corriente no llega sino a mar afuera. Pero lo interesante es no extraviarse, no naufragar.

No podemos cambiar el mundo, pero sí entenderlo: conectarnos, viajarlo alegres, resueltamente, con apetencia. Aceptar lo que no nos daña, lindo o feo, qué más da: la belleza está en todas partes, es solo cuestión de criterio; tengamos pues un buen criterio: uno que nos ayude a ver más belleza.

¿Perfección? No solo no la hay sino que no podríamos definirla siquiera. O acaso nada es perfecto si no tiene una cierta dosis de imperfección, ese "toque humano". La perfección no es una meta razonable.

Razonable es la armonía, la aceptación, la concordancia. Los juicios --éticos, políticos, religiosos-- siempre tienen un sabor, mas no una esencia. No hay que dejarse arrastrar por algo tan superfluo como un juicio.

No hay que sentirse superior a nadie: hay que ser superior a uno mismo, superioridad que se logra cuando uno deja de competir. Porque este mundo ya está siendo disputado por seis cientos mil millones de hombres. No saben ellos lo que se pierden por andar ganando migajas. ¿La felicidad?

La felicidad no es un triunfo ni una meta, sino un estado de conciencia. No es el fin sino el medio; no, el éxito, sino la única postura verdaderamente exitosa. Porque el mundo no se mueve en torno nuestro y si tuviera un propósito no sería el de hacernos felices. Es nuestra felicidad --la que emana de nuestro adentro-- la que nos hará integrarnos al mundo, encajar en él, aceptarnos dentro de él.

Somos parte de un todo, pero tenemos la capacidad --y la tendencia-- de desvincularnos, apartarnos, quedarnos fuera; bajarnos del carrusel para contemplar, altivos, los giros monótonos que da, las luces fútiles que se apagan y se encienden, la música tonta y esa alegría ajena que se trueca en burla. Y quedamos sentados, contemplativos, en la arena, perdidos en la soledad del "yo", esa voz corrosiva que todo lo desdibuja a su exclusivo antojo, porque está solo, solo consigo mismo.

No hay que ser minoría: ya hay bastantes. Hay que ser armonía, que nunca sobra. Hay que integrarse, aportarse; no separarse sino ser parte, participar.

Este mundo es el nuestro. No es bueno ni es malo: es solo mundo... y eso ya es bastante.


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