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¿Y por qué no... "debajo" del buró?


La modernísima Trinidad social

Si perdiéramos la disposición a "masificarnos", nos convertiríamos en renegados --también llamados, no sin razón, "antisociales"--; especie de ángeles caídos o demonios. No sería raro que, en tal caso, termináramos perseguidos como brujas. La herejía social tampoco está permitida.




Armando Acosta  (04-07-2008)

Los católicos creen en el misterio de la santísima Trinidad, a saber, que Dios es, a la vez, Padre, Hijo y Espíritu Santo. El primero es el todo, omnipotente y omnipresente. El segundo es el ente corpóreo, empero Dios en su alma. Y el tercero es la esencia divina, esa "sustancia" de que están compuestos aquellos, así como nuestras propias almas.

El misterio consiste en que el "todo" no está formado por "las partes", sino que cada parte contiene completamente al todo. Es un modelo bastante enigmático para gente que no conoció la mecánica cuántica. Para nosotros, hombres del siglo XXI, resulta bastante más llevadero.

Pues bien, la sociedad moderna también es una Trinidad; sus partes son: La sociedad, el individuo y la masa.

La sociedad es el "total", mas no la suma de todos nosotros sino una entidad en sí misma, con vida propia, que no podemos, nosotros, controlar. El individuo es el hijo, la pieza corpórea y ejecutora, portador de valores, vicios y limitaciones que su madre le ha inculcado. Y la masa, ese estado mental en que el hombre se desconecta de sí para sumarse al torrente, constituye el "espíritu" o esencia que nos permite vivir en sociedad y no escapando de (o siendo aplastados por) ella. Lo interesante, es que en la Trinidad social también se verifica el misterio de ser, cada parte, el todo.

Hable usted con cualquier hombre medianamente culto. No importa si este hombre es chino, británico o caribeño, le hablará más o menos de las mismas creencias y conocimientos que usted mismo posee. Le hablará, por ejemplo, de la revolución francesa, de la ley de la relatividad y de la necesidad de amar al prójimo. No le dirá --por contraejemplo-- que de almuerzo, prefiere comer carne humana; que en las noches mata a los mendigos, o que no puede tener sexo si no es con vírgenes de catorce años.

Esta homogeneidad de pensamiento nos dice algo: que cada uno de nosotros lleva dentro un "mapa mundi" --total-- de la sociedad en que vivimos. Somos, como anunciaba, ese tipo de parte que contiene al todo.

Ahora pregúntese usted mismo de dónde salió todo ese andamiaje. Por qué estos principios éticos y no otros, por qué este tipo de economía, por qué el estado, por qué la tecnología. A quién sirve, a fin de cuentas, este orden de cosas a que hemos llegado. La respuesta es obvia: le sirve al propio hombre, al individuo.

La sociedad posee vida propia, ya lo he dicho, pero resulta que esa "vida" está hecha a reflejo nuestro y para nuestro beneficio. La sociedad contiene, pues, la esencia de cada uno de nosotros, sus miembros.

Pareciera entonces tratarse de una simbiosis, un pacto, un equilibrio entre el colectivo y el hombre, pero no es así, porque ese colectivo, en realidad, no "piensa". Nuestra relación con "él" no es, pues, simbiótica, sino esencial, y así como la santísima Trinidad no se completa sin el Espíritu Santo, la Trinidad social no se produce si no es en presencia de la masa. La masa es la esencia de la sociedad y nuestra esencia también como seres sociales.

¿Fue siempre así? Ciertamente, no: la Trinidad social es un "ser" netamente moderno.

En tiempos anteriores, el aglutinante lo aportó la religión. En nuestro tiempo, con un estado definitivamente separado de la iglesia, el papel aglutinador ha pasado a manos de una economía de consumo que favorece a las masas; de ahí la grandísima disposición de cada cual a sumergirse gustosamente en ella.

Si perdiéramos la disposición a "masificarnos", nos convertiríamos en renegados --también llamados, no sin razón, "antisociales"--; especie de ángeles caídos o demonios. No sería raro que, en tal caso, termináramos perseguidos como brujas. La herejía social no está permitida.

Pero tampoco hay que ser masa todo el tiempo. Hay momentos del día en que nos está permitido pensar a cuenta propia. Y si la sociedad tolera irreverencia tal, es porque se beneficia de ella.

Y así es. Nuestro pensamiento --el auténtico, no el repetido-- es riqueza, de hecho, el único tributo que la sociedad en realidad nos cobra. Ya he dicho que la sociedad no puede pensar, así que esas ideas auténticas que nacen en la soledad del "yo", son las que le aportan a ella su alimento vital.

Cierto es que hay hombres --la mayoría, quizás-- que nunca dejan de ser masa. Mas ellos son imprescindibles, porque in-corporan el grueso del andamiaje social. Pero también están los --pocos-- que vitalizan el todo con una individualidad --a tiempo parcial-- sin la cual estos tiempos modernos tampoco serían posibles.


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