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Ideas


Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


La moralidad impostada




Armando Acosta  (12-11-2008)

El pueblo fue convocado a las urnas. Ya era el tiempo de que pusieran en blanco y negro su parecer en torno al tema Gay. ¿Los aceptamos como seres normales o los expulsamos como sefardíes? ¿O establecemos entre sus derechos y los nuestros una línea divisoria tan clara como las luces de un semáforo?

Por décadas, la tolerancia hacia la homosexualidad se había ido abriendo camino, tarea nada fácil en un pueblo que se precia de ser conservador y cristiano. Pero los tiempos cambian y los medios de comunicación se tornan más abarcadores, proveyendo sendas magníficas para batir ideas y mutar sentimientos. La comunidad Gay no desaprovechó esta vía para hacerse notar.

Ya no andarían a escondidas —"metidos en el closet", como decimos acá—, sino exhibiéndose en clubes, asociaciones y manifestaciones cívicas. Harían vida de pareja, en concubinato, a la luz de un vecindario cada vez menos horrorizado; hablarían de sus temas por radio y televisión; protagonizarían películas, novelas y shows televisivos con sus asuntos y sus maneras. Llegarían, finalmente, a crear la percepción de que ser "gay" es algo común y corriente, no sensurable y abundante por añadidura.

Aún más. Ahora figurarían en las leyes anti-discriminatorias a la par de las mujeres y las minorías étnicas. Hasta el presidente de la nación forcejearía para enmendar la constitución en su contra... sin conseguirlo.

Era este, pues, el momento culminante de la conquista Gay. En cada localidad estatal, el pueblo habría de votar para legitimar o no el matrimonio homosexual en la constitución de su respectivo estado.

Es delicado. No se trata de un símbolo sino de un asunto legal. El matrimonio es una institución y de ella penden beneficios concretos como la herencia y los asuntos migratorios. No es lo mismo decir a voz en cuello que no los discriminamos, que consentir (por ley) en que compartan los mismos derechos de nuestras esposas.

El día de la votación llegó, el pueblo votó, y los resultados cortaron alas de esperanza. En Florida, así como en otros estados de la unión, el pueblo decidió que los maricones son ciudadanos de segunda clase.

Así es este pueblo: mitad niño, mitad abuelo. Así se manifiesta su moral confundida entre el ímpetu tentador de los nuevos tiempos y una ideología castrantemente conservadora: una cosa en las calles, otra en las urnas.

La ley, a fin de cuentas, es moral codificada, y con este voto el pueblo de Florida codificó su moral verdadera. La otra, la que sale en la tele, es solo impostada.


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