Inicio
He creado este espacio para compartirlo con familiares y amigos, aunque no descarto la posibilidad de que otros visitantes se encuntren a gusto y lo puedan disfrutar tambien...

InicioMapa del sitioDescargasColaboradoresEnlacesAutor    
Buscar :

Ideas


Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Mi primer consejo disciplinario

No es grave, pero a la luz tantos años viviendo en el extrangero, lo percibo ahora bajo otra óptica. El consejo tuvo lugar en horas de la noche, mientras mis compañeros se recreaban o descansaban del fatigoso día.




Armando Acosta  (04-05-2009)

Mi primera "escuela al campo" fue en séptimo grado. Yo tenía doce años de edad y, niño de mi casa como era hasta entonces, me costó trabajo adaptarme a la vida de campamento, las labores agrícolas y la lejanía de mis padres. Y rebelde, como también era —adolecente al fin—, no tardé en tener mi primer "consejo disciplinario" por negarme a levantarme a las seis de la mañana... nunca he sido madrugador.

No es grave, pero a la luz de tantos años viviendo en el extrangero, lo percibo ahora bajo otra óptica. El consejo tuvo lugar en horas de la noche, mientras mis compañeros se recreaban o descansaban del fatigoso día. Fui conducido a la oficina del director del campamento, que era también el director de la escuela; a su lado estaba el primer secretario de la Juventud Comunista, un jóven de unos diecisiente años de edad, calculo.

Lo curioso es que este muchaho, sentado frenta a mi, a la derecha del director, jugaba distraídamente con un revólver en sus manos. Ahora es que reparo en ese detalle. No recuerdo exactamente todo lo sucedido pero sí recuerdo cómo me sentí: Importante. Un niño de doce años siendo interrogado en medio de la noche, revólver en mano, no tiene sino que sentirte importante.

Pero mi aire, seguramente petulante, no duró mucho. El tono del responso no fue de alta voz ni de poses autoritarias sino de sonrisas cínicas y no tardó en llegar la pregunta que desarmó mi rebeldía por completo: "¿Tú eres revolucionario?", me preguntó el jóven comunista.

Era la primera vez que enfrentaba esa pregunta y logró confundirme; a mi corta edad no podía comprender el tremendo chantaje moral a que estaba siendo expuesto. "Sí", respondí, y de la respuesta derivó mi culpa por no haber obrado como un revolucionario verdadero.

Ya con la guardia en bajo, pude hacerme merecedor de la clemencia de estos dos: Mi falta —me anunciaron— no sería plasmada en mi expediente estudiantil. Eso fue un gran alivio para mi.

Repito que no es grave, pero sí curioso. No es sino con el paso de los años, la madurez y la experiencia de vivir bajo otros cielos, que se llegan a entender estas cosas con la debida claridad. Aquel fue mi primer consejo disciplinario, mas no fue el último; será que nunca aprendí a ser un revolucionario verdadero.


  • Articulos similares


  • Imprimir   Enviar a un amigo   
                                                    

    Miami / USAmail@armandoacosta.comInicio