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Ideas


Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


El tiempo perdido




Armando Acosta  (10-01-2009)

¿Por qué he dejado de ir al cine? En mi época —hace veinte años—, uno de mis pasatiempos favoritos era justamente ese. No tenía coche ni dinero, pero la sala teatro no quedaba lejos ni era caro. Me tomaba, pues, el trabajo de compra el periódico —otra costumbre perdida— para buscar los estrenos de la semana en la llamada "cartelera" y la pasaba muy bien.

¿Por qué he perdido esa costumbre? ¿La he reemplazado acaso por la televisión o por los DVDs (ahora en "blue ray")? No, pues tampoco veo televisión y cada vez menos DVDs (¡mucho menos en "blue ray"!). Simplemente, no me gustan las películas de ahora: me molesta su exceso de violencia visual y su lenguaje más televisivo que cinematográfico.

La televisión, dicho sea de paso, me parece vulgar. Venga de donde venga, porque en estos tiempos de interconexión todos los canales repiten las mismas escasas noticias contadas de las misma probadas maneras, y cuando son shows (comedias, seriales o novelones) no hay gran diferencia entre unos y otros como no sea en el idioma.

En cierta etapa (intermedia entre el antes y el después), la Internet fue mi salvación; pero de Face Book para acá, esta se ha convertido en el hipnótico predilecto de los idio-nautas. Cada vez me sorprendo menos al ver a gentes idiotizadas frente a un laptop o un teléfono celular, cual si quisieran escapar del mundo por la pantalla y conectarse con ese otro mundo virtual colectivo donde la individualidad se pierde disuelta en una especie de conciencia colectiva al estilo "borg".

Los "borg" (Star Trek Next Generation) son, por cierto, un retrato acertadísimo de la sociedad postmoderna: Seres mitad orgánico, mitad tecnológico, cada cual una célula de la conciencia global colectiva. A mayor conexión, menor individualidad.

Y es por todo eso que no voy al cine ni leo periódicos ni veo televisión. La individualidad que defiendo a neuronas cerradas es herejía —lo sé— y por eso me refugio en un tiempo que ya no existe, uno donde mi curiosidad se premiaba con el sentido que el mundo tenía entonces para mi. A ese tiempo —perdido— he decidido marcharme y no regresar jamás.

Queridos amigos del Siglo XXI, os digo adiós; ya sé que mis (des)motivaciones existenciales no están —como diría Ortega y Gasset— a la altura de vuestro tiempo.


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