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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Historia de un cohecho

Este cuento ha sido inspirado en pura fantacia. Cualquier parecido con hechos o personas de la vida real es pura coincidencia.




Armando Acosta  (04-13-2020)

05/07/2010 — [impublicable]

Mr. Smith, el director de Ingeniería, es un hombre de edad madura, aspecto sobrio y carácter seco... antipático, dirían algunos. Su oficina es amplia y está localizada en la segunda planta del edificio, lejos del barullo grotesco de las áreas técnicas por las cuales no suele andar.

Dicho sea de paso, áreas técnicas hay, también, en esa segunda planta; son estos los cuartos de edición no lineal donde no es poco frecuente la práctica del "reset con el cable en la mano"... pero esa es otra historia; lo importante —para la nuestra— es la presencia allí de un ingeniero de nombre Florindo, quien se ha erigido en celador oficial de esos rincones, poco visitados, por cierto, por el resto del equipo de Ingeniería.

Florindo es un muchacho relativamente joven, maneras dudosas —a percepción de algunos— y carácter difícilmente predecible. La mayoría de su (larga) jornada laboral transcurre entre esos cuartos, refunfuñando casi siempre, a menos que le toque atender el Cuarto No. 4, donde —se dice— mantiene un idilio de amor con la editora.

De modo que la relación entre Florindo y Mr. Smith debería ser tan escasa y fría como la del resto de los ingenieros con este director de cuello y corbata. Esa era, de hecho, la percepción general dentro del equipo —y la mía en particular— hasta que ciertos indicios fueron perfilando el camino a la verdad.

Todo comenzó el día en que fui llamado a la oficina de Mr. Smith para un responso, único motivo que me llevaría a tan siniestro lugar. Nunca había estado allí y esperaba ver algo parecido a Villa Marista, pero no, la oficina es amplia —como he dicho—, ordenada y en una de las paredes cuelgan dos cuadros con respectivas fotos de perritos falderos... ¡esto último me sorprendió muchísimo! Desde ese día comencé a interesarme en este personaje; su preferencia por los perritos falderos no encajaba en absoluto con su sobriedad ¡y no hay nada que me intrigue más que una contradicción!

La segunda pista me llegó muchos meses después y muchas millas más allá de los límites de esta ciudad, concretamente Las Vegas. Fue durante la feria NAB, a la cual fui invitado y donde tuve ocasión de compartir un desayuno con Mr. Smith. En un desayuno de esta categoría se tocan temas triviales pero elegantes, y esta vez el diálogo giró en torno al café.

Un buen café se toma sin azúcar, por supuesto, aunque es lícito enriquecerle el sabor con cremas aromáticas. Yo pude aportar algo gracias a mis vacaciones en España donde conocí el "carajillo"... aunque preferí hablar del "café irlandés", preparado con schotch, por parecerme un poco más fino.

Mr. Smith tiene una voz apagada y un deje monótono y cansón; pero aún con tan pocos recursos expresivos, alcanzó a lanzar una jactancia... que no esperaba: el café que toma en casa todos los días es el mejor del mundo. ¿Y dónde lo consigue? —le preguntamos. Me lo trae Florindo de Colombia —respondió.

¿Se lo trae? ¿ a su oficina? ¡Vínculo establecido! Desde ese día me dediqué a atar cabos; aquellos detalles que antes escapaban a mis ojos, comenzaron a encajar, uno por uno, como las piezas de un rompecabezas cuya imagen comienza a revelarse progresivamente. Me fijé, por ejemplo, que Florindo mira su reloj instintivamente cuando me ve llegar (tarde, como suelo hacer). Un día llegó a comentarme, en son de jarana: "Tú y Flavio son tremendos; llegaste a tu hora y de ahí se fueron a desayunar a Star Bucks".

¿Y cómo supo que había llegado a mi hora? Mirando el reloj, supongo... Comencé a sospechar que Florindo jugaba el subverticio y nada dignificante papel de "chivato"... de Mr. Smith. Triste, me dije, para un muchacho tan joven; pero la historia que hasta ese momento creía concluida, apenas comenzaba a destaparse.

La siguiente pista la obtuve inesperadamente durante una reunión que hubo con todos los ingenieros con motivo de un cierto problema técnico que veníamos enfrentando desde hacía días.

El ánimo no era de juegos precisamente. Mr. Smith hizo preguntas concretas a cada uno a fin de valorar la situación y a todos se dirigió con su característica sequedad de androide. Mas, cuando le llegó el turno a Florindo, una sonrisa complacida (o cómplice, diría yo) apareció repentinamente en los labios del Director. Fue tan notorio que todos nos miramos para comentar en silencio. Florindo, por su parte, respondió relajado, sonriente y gesticulante; y de más está decir que fue el único ingeniero felicitado por su desempeño.

Café... sonrisa cómplice... esto comenzaba a salirse del simple patrón de "chivaterismo". Lo cierto es que desde aquel día, la pesquisa pasó de mi dominio personal al comentario público... ese tipo de secreto a voces.

Dicen las leyes jurídicas de este país que todo reo es inocente hasta que su crimen se compruebe más allá de la duda permisible. Florindo y Mr. Smith no son reos pero el "cargo" que pesa sobre ellos es extremadamente sensible. Nada (más allá de la duda permisible) ha podido comprobarse, pero la fiscalía ha logrado reconstruir una historia al efecto, que es la siguiente:

Poco antes del cohecho, el acusado Florindo Restrepo se encontraba muy preocupado por ocultar sus dos faltas congénitas, a saber: (1) su ineptitud y (2) sus "maneras". En su empeño por ocultar la primera, resolvió acaparar el área de edición no lineal. Para tapar la segunda, entabló amoríos platónicos a voz en cuello con la editora del Cuarto No. 4, quien, en nota no susceptible de ser recogida oficialmente en esta acta, ¡está buenísima!

Por su parte, el acusado Mr. Smith, y también con antelación al cohecho, evitaba todo tipo de contacto más allá de lo indispensable con el personal a su cargo, a fin de ocultar sus dos faltas congénitas, a saber... las mismas del acusado Florindo.

No obstante los empeños de aislamiento practicados separadamente por ambos dos, el uno fue llamado a la oficina del otro en fecha no precisada, teniendo lugar los sucesos que se relatan a continuación:

El acusado Florindo Restrepo observó los cuadros de los perritos falderos, identificando en ellos un "bussiness opportunity" que se propuso no desperdiciar. El acusado Mr. Smith, por su parte, no fue ajeno a las prácticas de "approaching" del referido Florindo, en las cuales advirtió la oportunidad de obtener información ilícita sobre el personal a su cargo. En esta ocasión el diálogo giró en torno a temas estrictamente técnicos aunque los acusados alcanzaron a adelantar algunos acuerdos entre los que se encuentra el suministro del café.

El mismo sirvió de pretexto para encuentros subsiguientes, los cuales, se ha sabido, suelen prolongarse mucho más del tiempo requerido para la mera entrega de la mercancía.

No pudiendo justificarse una adicción tan tremenda a la referida infusión, se deriva que entre el acusado Florindo Restrepo y el también acusado Mr. Smith no puede existir otra relación, más allá del estricto y escasísimo intercambio profesional, que no sea otra sino... la del "cohecho".

La fiscalía admite que la argumentación aquí expuesta no es concluyente, pero tampoco encuentra elementos suficientes para redimir a los acusados... más allá de la duda permisible.

Este caso nunca pudo ser resuelto, pero una cosa es la "duda" en términos jurídicos y otra, la "evidencia" ante la vista bien entrenada de los ingenieros. Cierto o no, a partir de aquella reunión de miradas y sonrisas complacidas, y en base a todos los cabos que conseguí atar durante meses de investigación incesante —perritos y café incluidos—, no volví a dudar que entre Florindo y Mr. Smith había, de hecho, un "cohecho"... y por lo visto muy bien hecho.


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