Inicio
He creado este espacio para compartirlo con familiares y amigos, aunque no descarto la posibilidad de que otros visitantes se encuntren a gusto y lo puedan disfrutar tambien...

InicioMapa del sitioDescargasColaboradoresEnlacesAutor    
Buscar :

Ideas


Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


Foro de discusin

Mensajes encontrados



Sergio De los Reyes
07-13-2005 (10:44 pm)
Hey badies… en http//:elateje.com, una revista de literatura cubana, salieron publicados dos poemas míos. Me harán el honor si los leen. Gracias.

hagan click en Poesia y busquen mi nombre...


Sergio De los Reyes
07-13-2005 (10:40 pm)
Bienvenida Ingris: contrario a los que piensa Armando—que la filosofía hoy no tiene ninguna función—, yo creo, Ingris, que una de los funciones de ésta es, mediante el estudio, la corroboración, la razón y la disciplina, eliminarle al ser humano los temores a la muerte y a los daños que dejan la influencia de malignas religiones, prejuiciosas educaciones. La filosofía, desde su comienzo, a pesar de que Sócrates fue el primer filósofo en ocuparse de la moral, ha sido siempre la más sapiente manera de alcanzar la felicidad y la nitidez de pensamiento. Ella elimina todos los temores y dudas que el hombre trae al nacer y adquiere durante el crecimiento o desarrollo. Cuando se ejercitan sus virtudes, el ser gana en valentía, coherencia, disponibilidad y hasta elocuencia. (En otras palabras: sabiduría, esa gran novia de los griegos.)

Ahí te lo dejo—como dice el Robe…

Sergio De los Reyes
06-05-2005 (11:46 pm)
En ocasiones prefiero pensar que no sé lo que digo, pero el transcurrir de los años no me ha brindado algo firme en que apoyarme al hablar de religión; todo lo contrario, me ha apartado más.
Me crié en un seno cristiano: mi abuela, pieza influyente y de peso en cada uno de los moradores de mi casa, era protestante (Bautista) y mi padre es Católico, llegó a ser monaguillo. Las discusiones eran intensas.
Mi abuela comenzó a llevarme a la iglesia desde que yo tenía unos 3 o 4 años. Recuerdo que asistía a una matinée los domingos que era atendía por un viejito que, junto con mi abuela, relacioné con el bien.
En mi infancia llegué a pensar que ser cristiano era el único modo de ser un hombre bueno (con todo el sentido “ético-moral” de esa palabra.) Aquel anciano nos deba unos clases muy infantiles de teología y nos narraba muy animadamente pasajes de la Biblia. Luego, nos regalaba pelotas, papalotes y otros juguetes fabricados por él. No se me borra la imagen de aquel canoso señor, de andar despacio, que pasaba frente a mi casa y me sonreía como un abuelo muy sabio y noble.
Mi primer problema llegó con la adolescencia, a la edad de 12 años, cuando me sumergía en las lecturas de la Santa Escritura. Las lagunas comenzaron a crecer, y, hechos tan simple como la existencia de un árbol del pecado en pleno paraíso, me resultaba contradictorio: ¿Cómo una existencia perfecta va a permitirse un “error” en su obra? Un pintor puro, que ame su arte, no deja un hueco en un cuadro. Además, lo perfecto es aquello que comprenda la perfección. Si hay un error en su contenido deja ser perfecto. Y si en todo caso, ese error tiene una intención predeterminada; entonces, para qué prevenir a su creación— hechas a su imagen y semejanza— de que no coman del pecado o del error. En mi mente casi infantil lo asimilaba como el acto irresponsable de una madre que deja a sus hijos jugar en el techo de la casa, les dice que no se acerquen a los bordes y, luego, se marcha muy lánguidamente a reposar. Pero cuando regresa y percibe que se han caído del techo, encima del los huesos rotos, los castiga por acercarse al borde.
Lagunas como estas me atormentaban, pero mi temor a Dios me impedía juzgar, y menos dudar: solo me era permitido aceptar. Cuando compartía estas aguas con representantes de dios en la tierra me decían que sólo tenía falta de fe.
En busca de fe, a los 14 años me convertí al cristianismo en una iglesia Pentecostal. Fue una de la experiencia más desagradable que he tenido en mi vida: personas fingiendo hablar en lenguas, que eran tocados por el Espíritu Santos, y otros que caían inconscientes. Un día me dije que no resistía tanto fanatismo irracional y me propuse que Dios iría conmigo sin necesidad de templos ni iglesias.
Comencé a ir a la iglesia católica a corroborar lo que decía mi padre. Mis dudas, lagunas o faltas de fe no se me alejaron. Hasta un día me busque un problema cuando dije que me resultaba patético que Abrahán fuera a sacrificar a su hijo por amor a Dios. “ ¿cómo un ser puede poner a Dios misericordioso por encima de tu hijo? un Dios sensato pondría en duda el supuesto amor de un hombre capaz de un acto de tal magnitud. Es como matar a tu madre por amor a una mujer. Ahí no hay amor, si no enfermedad. Me alejé de allí también.
Estando en Cuba comencé a sentir que cuanto más alejado de la iglesia tanto más libre me sentía. Llegó a reducirse tanto el cristianismo en mí, que pensé que sólo servía como un corrector moral. ¡Vi a tanta gente alcanzar grandes valores después de conocer a Dios!
Me convertí en una especie de deísta que concebía a un “Dios” que funciona como principio y causa de lo creado, pero que no rige ni gobierna la vida de los hombres. Un dios ideal, innato que sólo fluya después de un correcto uso de la razón y que el mejor modo de respetarlo era viviendo, amando y sintiendo.
Me rehusaba a creer en un dios castigador y omnipresente (la misma palabra omnipresente me resulta una maquinaria represiva y controladora que infunde el miedo). No puede haber un Dios que juzga los pecados de los hombre, porque eso pone de manifestó su imperfección.
Me hice la pregunta de por qué los hombre son religiosos. No me he podido responder otra cosa que no sea: por miedo a la muerte. Hay un terror a la desaparición física que conduce al hombre por caminos de infelicidad en este pasar por la vida. Es una obsesión que nace desde la infancia. Hay una necesidad de saber que luego seguiremos sintiendo, respirando y hasta recordando.
Fui a beber del agua de otros religiones y siempre encontraba se conjugaba las misma esencia que no era otra que la humana. Constaté que no había un Dios verdadero, que había la misma cantidad de religiones como de culturas.
El cristianismo sólo ha corrido con más “suerte” que el resto por sus alianzas con el poder, el más fuerte, produciendo finalmente el efecto del pez grande. Debilitados ya sus dioses que adoptaron de los griegos, supongo que en su sed controladora, los romanos pasaron al judeocristianismo porque ésta encajaba perfectamente en su naturaleza latina. Después de todo, los judíos siempre anhelaban conquistar a aquellos de quienes siempre fueron esclavos. Su condición de tribu desafortunada los obligó a crear una vida mejor después de la muerte. Una religión en la que podían vengarse de sus torturadores, viéndolos arder en el infierno. (Sobre el infierno tengo también mis lagunas: no creo que exista. Me resulta una asociación primitiva atribuirle al alma facultades corporales)
También creo que la tendencia simplista del ser humano hizo proliferar al cristianismo: nos gusta sentirnos superiores, que nuestra ideología es la correcta con respecto a las otras; vengarnos de nuestros enemigos y salir victoriosos al final, aunque hundamos a media humanidad. Si Constantino hubiese dicho que una oruga sería el nuevo Dios, hoy todos veneráramos a las mariposas.

Hace poco me senté a leer nuevamente la Biblia y fue peor que en la adolescencia. Me resultó hasta un libro lleno de odios, venganzas y deshumanizado. (Los diálogos socráticos me han sido más útiles.)
No es nada en particular contra el cristianismo sino contra todas las religiones que ponen su fe en el más allá y en un Dios, cualquiera que este sea.
Hoy creo, 4 años después de haber salido de Cuba, que ni como corrector moral es necesario el miedo a Dios.
Me resulta patético que el hombre tenga tan poca falta de voluntad como para establecerse la necesidad del miedo a algo para llegar a la virtuosidad o, incluso, a la beatitud. La dependencia en la “fe” le crea una cadena y es un arma de doble filo a niveles subconscientes ya que: ¿el virtuoso por amor a Dios, si comprobara en una crisis de fe, que dios no existe, quien sería entonces? ¿Un monstruo?
Leyendo a la Medre de Teresa descubrí, en sus propias palabras, que a lo largo de su vida había padecido de enormes crisis de fe. Y yo me pregunto: ¿Qué es una crisis de fe? o ¿Cómo puede aliviarse una crisis de fe?
Una crisis de fe es un acto racional y analítico sin el amparo o paternalismo que trata de justificar nuestra existencia. Y sólo se alivia con el adormecimiento de la razón, con los brebajes de la fe.
Si miedo siente el hombre ante el misterio de la muerte, de terror padece tras la realidad de la vida. Le cuesta trabajo darle un sentido coherente a la misma. ¿Que fuera de un religioso sin sus dioses? Creo que un desamparado. Un hombre sin el impulso vital y necesario. Es como esos amantes que ponen el sentido de sus vidas en su “media mitad”, y cuando el trozo de naranja desaparece— o los engaña—, quieren morir o cometen actos impropios.
Aunque no lo parezca, no quiero decir que Dios no existe. No me creo con tales facultades; como mismo me resulta pretencioso asegurar de que Dios existe. Sólo quiero establecer, en un acto que yo llamo madurez espiritual, el punto que no es necesario creer en ÉL, ni en otro.

Sólo hay que poner en práctica, y comprender, el cabal significado de la palabra “amor”: amor a la vida. Y no estoy hablando del vulgar aferramiento a la existencia, sino de la felicidad y la complacencia de vivir.
A Dios hay que dejarlo descansar; y nosotros, soltarnos de su mano como seres maduros y capaces.
El hombre debe salir a disfrutar de la maravilla del mundo. Dar testimonio, en su corta existencia, del universo. Y todo esto sin la preocupación del más allá, de paraísos y demás. Cualquier otra preocupación, fuera del amor a la vida, es desaprovechar el tiempo. Es como esas parejas que no se entregan porque tiene miedo sufrir si todo se acaba después.
El único altar debe ser para la contemplación y el deleite. Uno debe irse de aquí con el dulce sabor de que se ha VIVIDO y soñado, que es una manera también de vivir.
Encontrarse en nuestra verdad es ser libre y sólo se llega con la razón. Ser bueno por convicción, porque me hace sentir bien y me proporciona felicidad, no por temor
Si hay algo más allá, llegará sin remedio. Pero, si se ha vivido sanamente, con honestidad, tolerancia, comprensión, haciendo utilidad del perdón y ejercicio pleno de la virtud, aunque no se haya venerado a dioses porque se ha preferido amar a los hombres y a la naturaleza toda, ¿podríamos ser condenados? Sería una injusticia, y si existe algo, yo prefiero pensar que es un Dios comprensivo, conocedor de nuestras “debilidades”.
Hombre, en latín, significaba pequeño: somos demasiado pequeños para desvelarnos por cosas tan grandes.
El hombre debe ser bueno por el uso de la razón y porque da placer.


Sergio De los Reyes
06-02-2005 (10:25 pm)
Bueno, yo me considero un protegido de los dioses e hijo pródigo de Apolo…jajaaja

                                                

Miami / USAmail@armandoacosta.comInicio