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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


40 mil leguas de viajes de un marino

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El Cojo

   Yo no sé si en otros países será igual, pero en Cuba, la mayoría de los cojos son tremendos hijos de puta, me refiero a los que tienen problemas en una pierna o en ambas, no he conocido a muchos de ellos que sean buenos. La razón de que así sea la ignoro, pero es así. En mis años de Oficial tuve la desgracia de contar con tres de ellos como subordinados, uno se llamó Valdespino, murió por beber alcohol metílico, por este motivo murieron varios marinos y no solo ellos, en la isla este alcohol se cobró muchas víctimas durante la ley seca que reinó, después de la revolución cultural cubana a partir de los años 68. Mas tarde, en el barco “Otto Parellada”, tuve a otro cojo como pañolero, este desgraciado de nombre Regino, había navegado bajo mi mando en el buque “Aracelio Iglesias”, militante del partido, con un físico similar al de Enrique de Lagardere, se destacaba por su lengua, era uno de los peores delatores que he conocido en mi tiempo de Oficial, ladrón por excelencia, al que no quise expulsar de la marina cuando le detecté un faltante de pintura, en el pañol bajo su responsabilidad, no sé si por lástima o por asco, porque cada vez, que me veía obligado a tomar una medida contra uno de estos detestables personajes, pensaba mejor que ellos en sus familias, en todo mi tiempo como Oficial, la medida más severa que tomé contra ellos, fue, expulsándolos del barco.

   En uno de los últimos barcos que navegué, tuve también el desagrado de encontrarme con otro cojo, de este cabrón no recuerdo el nombre y el muy sin vergüenza ocupaba la plaza de pañolero. Se destacaba de los otros, en que además de ser borracho, era un tarrúo, me refiero a esos tipos que les ponen los cuernos y aún sabiéndolo continúa con la mujer, como si tuvieran la consigna aquella que dice: “Es mejor comer bueno entre dos, que mierda uno solo”, de que los hay los hay y en la marina abundaban muchos de estos personajes, yo ví a muchas de sus esposas, ir a cobrar en la caja de pagos de la Empresa mientras ellos navegaban, y en la otra esquina reunirse con los queridos para disfrutar sus salarios.

   La mujer de este cojo, era conocida por muchos tripulantes, que habían navegado con él en otros barcos. Era una mulata que rondaba los cuarenta años, todavía con esa edad, la tipa estaba muy buena, se notaba a la legua que ella había tenido sus quince. En varios momentos nos cruzamos en nuestro camino y me hice el bobo ante sus miradas provocativas.

   Una noche muy tarde, yo tenía la norma de hacer un breve recorrido por el barco antes de irme a la cama, sobretodo cuando nos encontrábamos atracados en puertos cubanos. Esa noche, andando por esos pasillos donde vivían los tripulantes, siento una conversación que me resultó en extremo bastante extraña entre dos marineros.

- ¿Lo amarraste?- Preguntó uno en medio de su delatora borrachera, pero sin poder ocultar un poco de preocupación.

- Si compadre ya te dije que lo amarré a la cama.- Respondió su compañero de delito.

- Bueno, ¿pero cómo lo dejaste acostado?- Insistió el primero con un poco de nerviosismo.

- Coño compadre, no me jodas ahora con tantas preguntas, lo dejé acostado bocarriba, con las patas amarradas y las manos a cada lado de la cama.-

- Que va compay! Dale una vuelta, ponlo de lado, hasta que no hagas eso no le metemos caña al asunto.-

- ¿Chico y ahora ese numerito por qué?-

- Cojones, porque si al cojo en medio de la curda le viene un vómito, se puede ahogar.-

- ¡No jodas compadre!, eso solo le pasa a los niños.-

- Si pero le puede pasar a este cojo hijo de puta también, así que desamárralo y dale la vuelta, de lo contrario el asunto no camina.- Cuando terminó de decir eso, salí de la esquina desde donde estaba oyendo toda la conversación algo preocupado, y les pregunté que se proponían, ambos se pusieron muy nerviosos, pero al fin no les quedó otra alternativa que confesármelo todo.

   El cabecilla del asunto, quién dirigía toda aquella maniobra, había navegado con el cojo en otro barco y ahora, estaba repitiendo lo mismo que tenía acostumbrado hacer con él, primero lo emborrachaban hasta el tope, y después que lo dejaban bien amarrado, partían a templarse a la mujer de este, me contó que en oportunidades, la mulata se pasaba hasta cuatro tripulantes en una noche. Fui hasta el camarote donde tenían amarrado a la víctima, y me quedé allí hasta que lo colocaron de lado como había sugerido el más experto, después de eso, los vi entrar en el camarote donde su presa los estaría esperando y yo me marché a dormir tranquilo. Al siguiente día, todos se sentaban muy felices a desayunar en la misma mesa.

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