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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


40 mil leguas de viajes de un marino

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El Ahorcado

   Armando era un guajirito de esos, que habían engrosado las filas de la marina mercante, nunca en su puta vida había subido a uno de esos gigantes de acero, y sus primeros días a bordo los gastaba mirándolo todo, sin percatarse de que todos lo miraban a él, pero no con las mismas intenciones. Para la tripulación era uno más de la tonga de guajiros que habían llegado, pero lo más importante era, que ahora contaban con un novato para hacer de las suyas. En esos tiempos cada quién pagó su novatada, unos más caros que otros, pero pagadas al fin.

   Era muy sociable en el trato con sus compañeros de trabajo, y pronto se vio atraído por los barcos, muy pronto comprendió, que aquello era mejor que estar cortando caña u ordeñando vacas por las madrugadas. Mientras el barco se encontraba en puerto, la gente se mantenía distraía en el ir y venir a sus casas, nadie andaba en jodederas, eso se dejaba para las navegaciones y así poder soportar el largo tiempo viendo solamente cielo y agua. Todos los días a las cinco y media, Armando se acercaba hasta la cocina e intercambiaba algunas palabras con los cocineros y camareros, a esa hora es que comienzan los preparativos para montar las mesas, ya que el horario de comida es sagrado a bordo de los barcos, todos los días es a las seis de la tarde, rompiéndose esa costumbre solamente en casos justificados, como por ejemplo, una maniobra de entrada a puerto.

   Una de esas tranquilas tardes, el cocinero le pidió de favor a Armando que se llegara a las neveras, para que subiera el postre y el agua fría para la comida, ya que el camarero brillaba por su ausencia. El guajirito muy complaciente, se sintió verdaderamente estimulado con aquella solicitud, la cual demostraba que ya se encontraba ganándose la confianza de la tripulación, así debió haber pensado, ya que a la gambuza y a las neveras, solo tenían acceso el personal que trabajaba en la cocina y los camareros, para todos los demás estaba prohibido. El mayordomo le entregó las llaves y le indicó en cual nevera podía encontrar lo solicitado. Muy orgulloso bajó por la escalera que conduce a la gambuza, la abrió y cerró tras de sí para dirigirse a las neveras, pero cual no sería su sorpresa, cuando descubre justo a sus espaldas, al camarero que debía poner el servicio del comedor a esa hora ahorcado. Las piernas le temblaron al ver el rostro amoratado de aquel tripulante balanceándose, con el vaivén de las olas, cuando tuvo un segundo de lucidez, arrancó corriendo escaleras arriba, mientras gritaba a todo pulmón que había un ahorcado, a nadie le interesó aquella noticia, todo el mundo continuó sus labores, mientras Armando devoraba los siete pisos que lo separaban desde la gambuza hasta el camarote del Capitán, a golpe limpio logró que este le abriera la puerta y penetró en su salón sin darle tiempo a que él lo autorizara, mientras pálido y con temblores, no paraba de repetir:

- ¡Hay un ahorcado coño! ¡Hay un ahorcado coño!- El capitán le ordenó que se sentara y de su refrigerador extrajo una botella de agua que le ofreció en un vaso, mientras le pedía que se calmara.

- Vamos tómate esa agua y relájate, después me cuentas.- El guajirito, que apenas podía sostener el vaso en sus manos bebió el agua que el Capitán le brindara, luego, extrajo de un armario una botella de ron y le sirvió en el mismo vaso. – Vamos hombre, tómate esto ahora.- El guajiro sin atinar que era lo que le estaban ofreciendo, se disparó de un solo trago la mitad del vaso de ron, respiró profundamente y expresó:

- Capitán, Arturo está horcado en la gambuza.-

- Coño, otra vez se ahorcó ese hijo de puta, voy a hablar con él cuando tenga tiempo.- En ese momento sonó la campanilla que avisaba que la mesa estaba servida.

- No te preocupes tanto Armando, un ahorcado más uno menos, esa es la vida, mejor no vamos a sufrir y bajemos a comer.- El guajiro seguía sin comprender nada, se había calmado un poco y bajó tras el Capitán, pero se separó de él para dirigirse al comedor de tripulantes, allí, con su filipina blanca se encontraba Arturo distribuyendo las fuentes, al entrar el guajiro solo se le ocurrió decirle.- Me cago en el coño de tu madre.- Las carcajadas de todos los tripulantes se oyeron en la mitad del Océano Pacifico.

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Miami / USAmail@armandoacosta.comInicio