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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


40 mil leguas de viajes de un marino

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Miranda

    Miranda era un fornido negro, tenía un cuerpo parecido al de los superpesados del boxeo, musculoso y perfectamente formado, cualquiera se impresionaría ante la sola presencia de aquel negrón, cualquiera que no lo conociera como los que navegamos con él. Era como decimos en Cuba, de aquellos que no le tiran un hollejo de naranja a un chino, el tipo más inofensivo y noble que he conocido en la vida. Miranda era superviviente del derrumbe de aquel edificio que existió, frente a la estación de bomberos que hay al lado del muelle de Luz, en la avenida del puerto, me contó, que salió del edificio no sé por cual motivo, y que al estar cruzando la calle, el mismo se desplomó a sus espaldas, ese día enviudó.

   Ocupaba la plaza de marinero de cubierta y hacía la guardia conmigo cuando yo era timonel, a Miranda le prohibí que tocara algún winche durante nuestros servicios, todo lo que él tocara estaba condenado a sufrir una avería, complicándome de esa forma las guardias. Hasta ahora no he conocido a un ser que sea más bruto que él, falleció hace unos años siendo joven y fuerte, y quisiera rendirle un pequeño tributo con estas líneas de su vida, porque todo lo que tenía de rebruto aquel negro, lo contenía de noble, a veces se comportaba como un niño grande, repetía todo lo que oía creyendo que esta bien, y por mucho que la gente lo molestó durante los viajes que dimos juntos, nunca vi a Miranda enojado y menos sentir rencor por nadie.

   Estando fondeados en el puerto de Tokio en espera de atraque, nos encontrábamos realizando faenas de mantenimiento en uno de los pasillos del buque, allí, los trabajos siempre los realizábamos en medio de nuestras jodederas, formábamos un buen equipo de trabajo y la oficialidad confiaba en nosotros. (Luego de Oficial, nunca logré reunir a gente como la de aquellos tiempos). El negro se encontraba trabajando a solo unos pasos de mi puesto, entonces entre piquetazos, raquetazos y cepillo de alambre me dice:

- Oye flaco, los otros días vi unos discos de Ray Charles que me gustaron cuando los probaron, ¿tu sabes algo de ese tipo?-

- ¡Coño Miranda! ¿Quién no conoce a Ray Charles? Ese tipo es un bárbaro.- Respondí a secas para ganar tiempo y pensar lo que le iba a decir posteriormente.

- ¿De verdad que lo conoces?-

- Coño, si no lo conociera, no te hablaría de él.-

- Te pregunto esto, porque sus discos valen unos diez dólares y no quiero perder mi dinero.-

- Compadre, cómo crees que te puedo embarcar, te digo que Ray Charles es un tipo durísimo, fíjate si es así, que combatió con el Almirante Nelson en la batalla de Trafalgar.-

- No jodas, si es así los compro.-

- De todas maneras antes de comprarlos, no pierdes nada con probarlos.- El negro asintió con la cabeza mientras me pidió que le hablara un poco más del tipo en cuestión, entonces, le hablé de los viajes de ambos en el Boeing privado del Almirante, etc. Después de esto no volvimos a hablar del asunto, y hasta se me habían olvidado esos detalles. Como a la semana de estar fondeados, atracamos de nuevo para recibir carga y en esos días los tripulantes, salíamos a la calle en nuestros horarios libres, para realizar nuestras compras, que casi siempre eran equipos electrodomésticos usados.

   Varios días de navegación en el Pacífico fueron suficientes, para que en el comedor, Miranda hablara con orgullo de su nueva adquisición. Lo menos que podía imaginar era, que el negro repitiera con lujo de detalles, todos los disparates que yo le había contado de la historia del Almirante y su sociedad con Ray Charles. La gente se cagó de la risa con aquella cosa de Miranda, pero la sangre no llegó al río, él continuó muy orgulloso de su compra. Nos aburríamos grandemente durante esa travesía a través del Pacífico hasta Panamá, casi siempre nos consumía treinta días. Tiempo durante el cual se agotaban las provisiones y no faltaron los momentos en los que pasamos hambre, para soportar esta situación, solo nos quedaba una alternativa, joder y divertirnos un poco costara lo que costara, se nos ocurrían cosas estúpidas, pero esas resultaban. Así un buen día, todos los marineros de cubierta nos pusimos de acuerdo, en algo tan tonto como mirar a Miranda y sonreír un poco, eso era todo. Así ocurrió durante más de dos semanas que nos separaban hasta el Canal de Panamá, lo mirábamos y nos reíamos, Miranda se encabronaba y nos preguntaba por el motivo de nuestra risa, pero nadie contestaba. Así mantuvimos al negro intrigado durante todo ese tiempo, hasta que llegó el día de la reunión de fin de viaje, esa es una de los millares de reuniones en las cuales se participaba para comer mierdas, inflar globos y arreglar al mundo. El último punto de todas las reuniones organizadas en Cuba, se dedica al punto llamado “Asuntos generales”. Qué les cuento, ese día, al negro Miranda se le ocurre pedir la palabra para plantear muy serio lo siguiente:

- Compañero Miranda, ¿qué tiene para plantear?- Preguntó el Secretario del Partido, quién siempre presidía junto al del Sindicato, la Juventud y el Capitán las mencionadas asambleas.

- Bueno, mi planteamiento es el siguiente, yo deseo que el enfermero de abordo me realice un reconocimiento, y extienda un certificado donde se exprese que yo soy hombre.-

- Coño Miranda, pero ese planteamiento no tiene lugar en esta asamblea, nadie duda de tu hombría.- Le expresó el secretario del Partido.

- Ustedes no dudarán de ella, pero desde hace más de dos semanas, el personal de cubierta no me habla, cada vez que paso delante de ellos me miran y se echan a reír, así que por favor, yo necesito que el enfermero me reconozca y certifique, que salí de Cuba siendo hombre y regreso al país en la misma condición, yo no quiero tener ningún tipo de jodederas.- Ante aquella expresión del negro Miranda, el salón completo se cagó de la risa y se dio por terminada la asamblea.

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