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Y encima del sofá... un televisor

¿Realmente merece el televisor ese papel protagónico que solemos darle?


¿Un flat panel sobre mi buró?

¿Y por qué no... "debajo" del buró?


40 mil leguas de viajes de un marino

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Elpidio

    Este era uno de esos guajiros, que llegaron a lavar la imagen falsa que siempre se tuvo de los marinos, de ellos hay cientos de anécdotas, pero desgraciadamente es muy difícil contarlas todas. Elpidio era un individuo sobre lo alto, alrededor de 1.80 m de estatura, flaco, cara enjuta, del color y pelo que solo tienen los indios de la India, de barba tupida, entradas que limitaban con la calvicie, y lo peor de todo, era de Pinar del río. No crean que la tengo agarrada con los pinareños, pero después que construyeron el cine con la concretera dentro, y pusieron una discoteca en los altos de una funeraria, se hicieron muy famosos, en realidad yo no tengo prueba de esto, son solamente los comentarios de la gente.

   Atracando en el puerto de Cárdenas y siendo Tercer Oficial, se me presenta este individuo al que no conocía, ya que habían enrolado a varios tripulantes nuevos en el barco, y de La Habana a Cárdenas son escasamente tres horas de navegación, con mucho respeto me dice, que de parte del Primer Oficial, necesitaba le enviara el cabrestante para la proa con la finalidad de ayudar en la maniobra. Rápidamente me doy cuenta que le habían tomado el pelo, mientras daba instrucciones a los marineros, observé par de escandallos que se utilizaban en el uso de una sondaleza mecánica, eran un par de barras de plomo y acero sumamente pesadas y le dije, que en cuanto el Primer Oficial terminara con ellas, que por favor me las regresara. De la popa hasta la proa del barco, el hombre debía caminar unos 150 metros y tenía que pasar por delante de los tripulantes, que siempre se agrupaban en el portalón del buque, donde seguramente estaría el individuo que lo envió en esta faena. Cuando partió en dirección a la proa, llamé al Primer Oficial para ponerlo al corriente del asunto, este era un hombre serio que no entraba en esos relajos, pero no tenía otra alternativa que regresar al infeliz guajiro con su pesada carga. Nuevamente pasó frente a todos los hijos de putas que se encontraban en el portalón, posiblemente muy orgulloso de la misión que había cumplido en función de la maniobra de atraque. Nunca me enteré quién había sido el autor de aquella tomadura de pelos, semanas más tarde salimos a navegar rumbo a Japón y Elpidio iría ocupando la plaza de engrasador.

   En varias de sus guardias en el departamento de máquinas, el maquinista lo pudo observar en varias oportunidades parado frente al purificador de combustible, partía a revisar su trabajo y al poco tiempo regresaba al mismo lugar, se paraba por unos minutos frente a los purificadores, los miraba con mucha atención, se rascaba a cabeza y después partía. En la quinta ocasión en la cual repitiera la misma acción, el maquinista se le acerca y le pregunta:

- ¿Elpidio, has notado alguna anormalidad en este equipo?-

- No en lo absoluto, yo creo que está funcionando perfectamente.-

- Chico te pregunto, porque te he visto parado en varias oportunidades junto a él.-

- No se preocupe Oficial, el problema es que estoy buscando por donde se le mete la ropa para lavar.-

- Elpidio, esta no es una lavadora, esto es un purificador de combustible cuya marca es Laval.-

   A partir de ese momento, el hombre fue bautizado con un nombre que se le quedó por muchos años, él se llamaba Elpidio Díaz, la gente lo llamaba Elpidio Díaz de Laval.

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